Seis horas después de un plácido vuelo, llegué a tierras mexicanas. Al pisar el suelo de este pueblo lindo y querido no pude evitar emocionarme. Había llegado a la tierra milenaria de los aztecas, de los mayas, a la cuna de artistas notables como Frida Kahlo, Diego de Rivera, escritores universales como Juan Rulfo, Carlos Fuentes y comediantes inigualables como Mario Moreno, Roberto Gómez Bolaños, pero, no, muy a mi pesar, mi misión estaba relacionada con el otro México, con ese pequeño, absurdo e insufrible México, el México político, el México diplomático, el que cabe en la sede del Palacio Nacional, el México del impresentable, del insolente, del inefable, el México de Andrés Manuel López Obrador, el primer pinche de la nación.