Hace casi dos décadas que entrego mi imagen capilar a la voluntad y talento de Lupe, la peluquera de siempre. Es un alivio solo ir y sentarse sin tener que explicarle —a estas alturas ella ya lo sabe mejor que yo— cómo quiero que me quede el cabello. Sin embargo, la necesidad de una atención rápida y su inesperada ausencia me obligaron a buscar otros rumbos. Luego de una investigación sumaria, llegué a uno de los pocos locales clásicos que todavía quedan en Lima: señores profesionales del corte que usan navaja, afilador de cuero y que le tienen prohibida la entrada a los disfuerzos vocales de Bad Bunny y afines.
Mientras esperaba mi turno —hacía un poco de frío—, me hundí en un cómodo sillón. Y tanto a mi izquierda como a mi derecha los únicos dos peluqueros se enfrentaban, cada uno por su lado, a sendas cabelleras. Arriba, casi pegado a la pared, el televisor arrojaba las imágenes del féretro de Alberto Fujijmori. Una voz en off dijo: “Repetimos, el Gobierno ha determinado tres días de duelo nacional y que se le otorgue honores de Estado al expresidente Fujimori”.
—¡Increíble!, tres días de duelo y honores de Estado a alguien que ha estado preso por asesino y corrupto.
Aquella frase demoledora había salido del cliente que estaba a mi izquierda. El peluquero de ese lado, impertérrito, seguía con su labor de Fígaro. Entonces, cuando el silencio estaba terminando de instalarse, otra voz, como rugido de animal herido, retumbó el local y sus ventanales.
—Bien dicen que la ignorancia es atrevida —respondió el que estaba a mi derecha—. Fujimori no solo se merece el duelo y los honores de Estado, sino que cada uno de los peruanos deberíamos darle las gracias por todo lo que hizo por nosotros.
Yo suspiré. Miré al otro lado y adiviné que el primer hombre no se iba a privar de contestar. Y así, la respuesta no tardó en transmitirse por el aire.
—¿Agradecerle a Fujimori? ¿Y por qué? ¿Por haber cerrado el Congreso y dar un golpe de Estado? ¿Por haber comprado a la prensa, al Poder Judicial, a la Fiscalía y a todas las instituciones del Estado para su propio beneficio? ¿Eso le tenemos que agradecer?
El peluquero que lo atendía continuó, sereno, con sus tijeretazos. Yo, ahora, volteé a la derecha. Parecía espectador de un partido de tenis.
—Usted habla como si no hubiera vivido aquí. Fujimori recibió al país en la ruina política, económica y social dejada por Alan García. ¿Usted se acuerda de la hiperinflación? Fujimori reconstruyó la economía nacional con mucho esfuerzo y gracias a él pudimos volver al sistema financiero internacional. Éramos un paria.
—Claro, me acuerdo de la situación de caos en la que estábamos. Pero Fujimori lo que hizo fue aplicar el plan de Vargas Llosa, justo después de jurar que no lo iba a hacer.
—Esos son detalles. Lo que importa es que se puso los pantalones, ajustó los gastos, privatizó lo que tenía que privatizar y logró que fuéramos otra vez objeto de inversión. Y todo eso gracias también a la nueva constitución de 1993.
—¿Entonces hay que agradecerle por cerrar el Congreso? ¿En serio?
—Eso mismo. Acuérdese también de que luego del golpe Fujimori pudo poner leyes duras contra el terrorismo. Gracias al golpe se pudo derrotar a Sendero Luminoso.
El hombre de la derecha acababa de hablar y el peluquero a su lado le echa una crema para afeitar las patillas. A mi izquierda, noté que el cliente, casi echado en la silla, ya le iba a contravenir.
—¿Pero qué está diciendo? Le pido que no mezcle las cosas. Fujimori cerró el Congreso para controlar todo el aparato estatal y poder mantenerse en el poder. Lo que posibilitó la derrota del terrorismo, de Sendero Luminoso fue la captura de Guzmán. Y eso lo hizo un grupo de policías al margen de Montesinos, del SIN y de Fujimori. ¿Usted quiere saber cuál fue la política de Fujimori contra el terrorismo? ¿Le suena el Grupo Colina? ¿Ha oído hablar de La Cantuta, de Barrios Altos?
—Como sea, el terrorismo se derrotó durante la gestión de Fujimori y eso no se puede negar. Tiene que admitirlo. Gracias a Fujimori el país se pacificó y gracias a él también pudimos lograr una muy buena salud económica. Eso no es poca cosa. Fujimori amaba profundamente a este país.
—Claro, por eso postuló al senado japonés. Le voy a contar algo. Antes de que Fujimori gane las elecciones, Montesinos tenía prohibido el ingreso a cualquier institución militar. ¿Sabe por qué? Porque había sido considerado traidor a la patria. ¿Y qué hizo Fujimori? Lo convirtió en el jefe de todas las fuerzas armadas. ¿Y hasta le dio, de nuestro dinero, 15 millones de dólares de CTS? ¿No le parece humillante eso?
—Lo que me parece es que usted es un fanático. ¿Entonces nada bueno se hizo durante el gobierno de Fujimori?
—Yo no he dicho eso. Hasta en los peores gobiernos siempre habrá cosas que rescatar.
En ese momento, ambos peluqueros terminaron el servicio y enderezaron las sillas de los señores. Por un instante, el que estaba a mi izquierda y el de la derecha se enfrascaron en una suerte de pelea de miradas. De pronto, ambos notaron mi presencia.
Entonces, ambos se incorporaron, me miraron y casi como si se hubieran puesto de acuerdo telepáticamente, me dijeron al unísono “¿Y tú qué opinas sobre Fujimori?”.
Vaya, ¿qué opino sobre Fujimori? En seguida, recuerdos, imágenes, lecturas y libros y videos recorrieron y rebotaron, a velocidad de vértigo, por todos los rincones de mi mente. En un primer momento, Fujimori representó solo un lado oscuro, sin fisuras, sin filamentos de luz. Con el tiempo, he comprendido que hay hechos puntuales que ocurrieron en su mandato y que ayudaron al país cuando ya parecía condenado al fango. Sin embargo, el precio que nos impuso pagar —autoritarismo, envilecimiento del aparato estatal, corrupción y violación de derechos humanos— fue muy alto, demasiado. Entiendo y, desde luego, respeto el dolor de los familiares y amigos de Fujimori, pero no hay ni un átomo en mi ser que me empuje a rendirle honores, ni nada absurdamente parecido.
Ya estaba a punto de decirles todo lo que estaba pensando, o parte de ello, cuando la televisión mostró una imagen que me enmudeció. Ahí, en la pantalla chica, un reportero entrevistaba a una de las mujeres que había esperado durante horas para despedirse de Fujimori. “Es el mejor presidente que hemos tenido”, dijo emocionada Lupe, la peluquera de siempre. Obvio: no dejaré de visitarla por su fervor político. Nunca he interrumpido una amistad por temas ideológicos. Eso sí. No le vuelvo a dar propina.