El pedido de pensión, asistente y gasolina de parte del expresidente Alberto Fujimori ha ocasionado un candente y extendido debate en el país. Hay quienes consideran que es un evidente exceso de su parte, mientras tanto, otros opinan que, por todas partes, es un exceso. Desde luego, también están aquellos que se muestran de acuerdo con la solicitud. Ellos aseguran que el expresidente, al margen de cuestiones legales de poca o ninguna importancia, y más allá de la millonaria deuda que mantiene con el Estado por concepto de reparación civil, ha hecho tanto por el Perú que le corresponde eso y mucho más.

Pero, ¿cómo surgió en el expresidente la peregrina idea de perpetrar esta solicitud al Congreso de la República? ¿Por qué no lo hizo antes? ¿Por qué no lo hizo después? En suma, ¿por qué diantres lo hizo? La breve historia, a continuación.

El expresidente Alberto Fujimori llevaba en silencio varios minutos sin moverse. Sentado, con los codos sobre el escritorio y la mirada fija en la pantalla de su laptop, parecía una de esas figuras de cera del museo Madame Tussauds —que esta deba exhibirse en la sección “Grandes líderes políticos”, “Dictadores latinoamericanos” o “Expresidentes peruanos indultados que deben millones de soles y encima quieren pensión, asistente y gasolina”, ya depende del ánimo y visión de cada lector—. Decía que Fujimori estaba atrapado por la imagen frente a sus ojos, tanto así que ni siquiera pestañeó ni hizo gesto alguno cuando, sin previo aviso, Keiko abrió la puerta, ingresó y se detuvo a contemplarlo.

—Padre, ¿se puede saber qué cosa ves con tanto interés?

Fujimori siguió tan quieto y tan mudo como si nadie le hubiera hablado. Keiko hizo una mueca de disgusto y caminó hasta pararse junto a él. Al ver lo que tenía hipnotizado a su padre, contuvo una sonrisa. En la computadora se mostraba, sin volumen, el más reciente video grabado por Fujimori.

—¿Qué pasa? —preguntó Keiko— ¿Por qué estás tan concentrado en mirarte?

Solo entonces Fujimori despertó del encantamiento. Levantó la cara, giró la cabeza y dirigió la mirada hacia su hija. Mantuvo el silencio todavía unos segundos más hasta que, por fin, movió los labios.

—Creo que necesito unos retoques.

—¿Unos retoques?

—Sí, ya sabes —dijo Fujimori mientras se palpaba el rostro—, para estar más presentable.

—No te entiendo.

Fujimori carraspeó antes de continuar.

—Mira, cómo sabes, se vienen las elecciones y tengo que estar preparado.

—Papá, ¿sigues pensando en postular?

—Claro, hija. ¿Acaso no quieres ser presidenta?

—Tú sabes que solo pienso en eso.

—Entonces, ahí está la solución. Si me postulo, gano sobrado. Luego, a los meses, renuncio porque la verdad ya no estoy para tanta presión, y, como vas a ser mi vicepresidenta, al final la que va a gobernar eres tú.

Keiko dio un largo suspiro.

—Suena tan bien —dijo y luego cambió de semblante—, pero dime, ¿qué tiene que ver todo eso con los retoques?

—Obvio, hija. Estoy pensando en mandar a hacer miles de polos y llaveros con mi foto. Y no me vendría mal un rejuvenecimiento. Total, si Dina lo hizo, ¿por qué yo no?

—Ay, papá. Todo eso más la cirugía nos va a salir un montón de plata.

—Ni creas. Prácticamente, no nos va a costar.

Fujimori mostró una sonrisa amplia, grande, tan grande que pareció ensanchar todavía más su rostro.

—¿Qué se te ha ocurrido ahora?

—Pedir la pensión presidencial. Es algo tan obvio que hasta vergüenza me da de no haberlo hecho antes.

El cuerpo de Keiko dio un espasmo, un salto involuntario, como si de pronto le hubiera empezado un hipo.

—¿Vas a pedir la pensión presidencial?

—Claro.

—Papá, pero te recuerdo que debes 57 millones de soles de reparación civil.

—¿Y eso qué tiene que ver?

Los ojos de Keiko adquirieron una repentina redondez.

—¿Que qué tiene que ver? Todo el mundo te va a criticar, papá. Ya me imagino los insultos. Que eres un fresco, un sinvergüenza, un conchudo.

—Como si algo de eso me importara.

Al día siguiente, el abogado de Fujimori llegó a la residencia. Luego de unos minutos de espera, ya estaba sentado en la sala junto a Keiko y Fujimori. Mientras el letrado sacaba y volvía a sacar documentos de su portafolio, el padre y la hija lo miraban con suma atención. El expresidente perdió pronto la paciencia.

—¡Olvídese de los papeles! —dijo Fujimori, con la misma entonación que utilizó al disolver al Congreso—. Dígame nomás, ¿cómo le fue?

El abogado se puso lívido. Dejó los papeles sobre la mesa del centro y reacomodó el portafolio a su lado.

—Mire, ya presenté el pedido ante el Congreso, tal y como usted quería. Ahora todo depende del informe que emita el Área de Recursos Humanos.

—Bueno, yo hablo con mi gente —intervino Keiko—. Tenemos que hacer presión ahí.

El abogado estiró el cuello. Se pasó la mano por la frente y se aflojó ligeramente la corbata.

—¿Qué pasa? —preguntó Keiko—. ¿Tiene algo más que decir?

—Sí, he recibido una contrapropuesta— le respondió y luego miró al padre—. Nada oficial por supuesto, pero si usted la acepta me han asegurado que se podrá formalizar.

Keiko y Fujimori se miraron.

—No —dijo Fujimori—. Yo no quiero menos de lo que he pedido.

—Papá, nada se pierde escuchando.

Fujimori alzó los hombros y miró impaciente al abogado.

—¿Cuál es la contrapropuesta?

—Le darían todo lo que pidió, pero no exactamente como lo pidió.

—No entiendo. A ver, sea más concreto. Primero, la pensión, ¿me la van a dar?

—Sí, pero la Pensión 65.

—Por Dios. ¿Y el asistente?

—Sí, pero ya está elegido.

—¿Y quién sería?

—Mark Vito.

—No puede ser. ¿Y la gasolina?

—Le pueden dar GLP.

Fujimori se rascó la cabeza.

—Bueno, al menos. ¿Y cuántos galones serían?

—Ninguno. Hablamos de un balón por mes.

Demás está decir que Fujimori no solo no aceptó la propuesta, sino que despidió a gritos a su abogado. Luego, a solas con su hija, sintió una desazón, un malestar interno que se manifestaba como una opresión en el pecho.

—Keiko, dime, ¿tú en verdad crees que deben darme todo lo que he pedido?

—Por supuesto, papá. Eso sí, de ahí vamos mitad y mitad…¿Papá?...¿Papá?

Mientras se sigue esperando la respuesta formal y definitiva al pedido de Fujimori, los representantes de una y otra posición —a favor y en contra— continúan librando una lucha casi mortal. Sin embargo, y contrario a lo que se puede intuir, ambos bandos, muy a su pesar, tienen un inesperado punto de contacto. En tal sentido, lejos de motivar una nueva polarización, este hecho, bien visto, ha logrado unir a todos los peruanos en torno a un imperioso, urgente e impostergable deseo: ¡que le den su merecido a Fujimori!