"Apenas terminó la frase, se acercó a la vitrina poblada de fotos y reconocimientos de su paso por el gobierno. Encima de ella, puso el documento. Luego volvió a colocarse frente a Chávez".
"Apenas terminó la frase, se acercó a la vitrina poblada de fotos y reconocimientos de su paso por el gobierno. Encima de ella, puso el documento. Luego volvió a colocarse frente a Chávez".

Abrió los ojos con desgano. Para su disgusto, el sonido del timbre de la casa, que acababa de escuchar, le había impedido terminar de perderse en los dominios del sueño. Aníbal Torres murmuró un improperio y miró su celular: 11:45 de la noche. ¿Quién diablos podría atreverse a tocar a esas horas? A duras penas se levantó de la cama. Dio el par de pasos que lo separaban del intercomunicador y preguntó, casi gritando: ¿quién es?

Algo más calmado, Torres se puso su bata color vino y bajó las escaleras. Cuando abrió la puerta y vio el rostro lívido de Betssy Chávez, sintió, por un instante, algo muy parecido a la compasión. Luego de los saludos, ambos quedaron sentados en los sillones hinchados de la sala.

-¿Te enteraste? -preguntó la expremier-. Me desaforaron del Congreso.

-Sí, claro. Salió en las noticias.

-Y no solo me dejaron sin curul, sino que también me acusaron constitucionalmente.

-Para lo que nos importa la Constitución.

-Sé que quieres calmarme, Aníbal, pero estoy muy nerviosa. Ahora que no tengo inmunidad, me pueden ordenar prisión preventiva. Es más, creo que me han estado siguiendo.

En ese momento, los ojos de Betssy se volvieron vidriosos, como si estuviera a punto de estallar en lágrimas.

-Tranquila, Betssy. En verdad, no creo que te estén siguiendo.

-No es eso. Es que yo…

-¿Es que tú qué?

-Espero que no lo tomes a mal.

Una vena saltó de golpe en la sien derecha de Torres.

-¿Qué has hecho, Betssy? ¿No me habrás delatado? Nosotros teníamos un trato.

-No, Aníbal. No es eso. O sea, sí, algo de eso es.

Torres se ajustó el lazo de la bata y se acercó a ella.

-Dime de una buena vez qué está pasando -le dijo, con una voz urgente, ansiosa.

Chávez bajó la cabeza, como para darse valor y luego volvió a lanzar la mirada al rostro de Torres. Sin quebrar el silencio, puso sobre su regazo el maletín que llevaba colgado del brazo. Lo abrió con movimientos torpes, metió la mano en él y, tras un par de segundos de inacción, extrajo un sobre de manila.

-¿Qué es eso? -preguntó Torres, haciendo lo posible por contener el volcán interno que estaba a punto de estallar.

-Es el borrador original del discurso de Castillo.

-¿El original?

-Exacto, el original que escribiste. Tiene hasta tus correcciones a mano.

El expremier casi le arranchó el sobre y sacó el documento. Empezó a revisarlo rápidamente, salteándose hojas hasta llegar a la última.

-Me dijiste que lo habías quemado. ¿Me ibas a traicionar?

-No, para nada. Solo lo tenía como garantía, pero ahora me da miedo que me capturen y que lo encuentren. Yo no quiero más líos con nadie, menos contigo.

Con el ánimo menos violento, Torres sopesó la situación y asintió con la cabeza, como si estuviera respondiendo alguna pregunta.

-De acuerdo. Has hecho bien en traerme esto -dijo-. Es lo único que queda que puede involucrarme.

Apenas terminó la frase, se acercó a la vitrina poblada de fotos y reconocimientos de su paso por el gobierno. Encima de ella, puso el documento. Luego volvió a colocarse frente a Chávez.

-En cuanto ti, ya te dije, no te preocupes. No pasa nada. Nadie te está buscando.

De repente, una lengua de luz atravesó la ventana, las cortinas y llegó débil hasta disolverse en la sala. Chávez y Torres se miraron entre sí y luego escudriñaron con la mirada el origen de ese destello.

-Es un auto -dijo Torres-. Parece que se ha estacionado frente a la casa.

-Vienen por mí. Lo sabía.

-No seas paranoica. No tiene que ser la Policía.

Chávez se puso de pie y se aferró a su maletín.

-¿Tienes alguna otra salida? -le preguntó.

-Sí, por el patio. Pero espérate. No te precipites.

El timbre de la puerta sonó.

-¡No dejes que me lleven, Aníbal!

-Tú tranquila. Solo recuerda que no tienes que decir nada. Nada de nada.

La mirada de Chávez fue de terror. Negó con la cabeza, una y otra vez.

-Yo no me voy a entregar. Ni hablar. Dime, ¿por dónde está la otra salida?

Mientras Torres la llevaba hasta el patio y le abría la puerta trasera, el timbre, insistente, imperioso, seguía sonando, taladrando los oídos, removiendo las conciencias, las culpas. Una vez que Chávez salió de la casa, el expremier regresó sobre sus pasos hasta la sala. Sin siquiera utilizar el intercomunicador, abrió la puerta y se encontró, de frente, con dos hombres de terno que estaban de pie. Detrás de estos, cuatro policías contemplaban la escena en silencio.

-¿Qué pasa? ¿Qué quieren acá y a estas horas? Yo conozco mis derechos. Yo no soy cualquiera de esos que ustedes andan asustando.

-Doctor Torres -dijo el que llevaba una medalla colgada del cuello-. Somos de la Fiscalía, venimos por…

-Yo sé a qué han venido. Debería darles vergüenza perseguir así a una persona inocente. Me consta que Betssy Chávez es una mujer honrada y que jamás ...

-Doctor, doctor Torres. No hemos venido por la señora Chávez.

El expremier quedó con la boca semiabierta por un momento.

-¿Ah, no?

-No, venimos a allanar su propiedad.

-¿Qué cosa dice?

Otro de los hombres que vestía terno le alcanzó a Torres la resolución judicial. El expremier tuvo que contener su rabia al ver que todo estaba en regla. Encolerizado como estaba, pensó: “Que busquen todo lo que quieran, miserables. No van a encontrar nada”. Estaba a punto de apartarse del marco de la puerta, para dejarlos entrar, cuando recordó el documento vital que Chávez había traído. Desde ahí, en esos segundos eternos, volteó y vio el sobre sobresalir encima de la vitrina. Entonces, de golpe, sintió un frío que se coló por la columna vertebral y toda su soberbia se derritió, se le escurrió por el suelo.

-Por favor, déjenos pasar -dijo el fiscal con la medalla puesta-. ¿No querrá que entremos a la fuerza?

Torres lo quedó mirando. Pensó en cuánto tiempo ganaría si se resistía a dejarlos ingresar. En ese instante, dio un largo suspiro y se apartó de la puerta. Y, mientras los fiscales y policías entraban, impacientes, con el objetivo de revisar, rebuscar y confiscar lo que quisieran, Torres, más allá de preocuparse por su futuro inmediato, pensaba en la extrañamente inoportuna visita de Chávez. ¿Por eso estaba tan nerviosa? ¿Habrá negociado algún tipo de blindaje a cambio de entregarlo? ¿O ahora el paranoico era él?

La voz del fiscal lo sacó de súbito de sus cavilaciones. “¿Qué es esto?” -le preguntó, blandiendo el discurso recién encontrado. “No lo sé”, respondió el expremier, y con una calculada media sonrisa, agregó: “Pregúntele a Betssy Chávez”.

El texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!