El tsunami de Castillo

El siguiente texto es ficticio; por lo tanto, nada corresponde a la realidad, ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!

Fecha de publicación: 02/08/2025 7:00 am
Actualización 02/08/2025 – 10:55

Esta semana, decenas —si no cientos— de peruanos se acercaron al mar con gran entusiasmo para disfrutar, en primerísima fila, en la mejor posición posible, el anunciado arribo de un tsunami. Con el rostro lleno de ilusión, y los nervios a flor de piel, se acomodaron para observar un fenómeno natural que, de haber llegado a nuestro litoral, les hubiera quitado la sonrisa, la alegría, y para decirlo de una vez, la existencia. Es verdad, no todos somos Defensa Civil. Pero, ¿qué lleva a estas personas a ir precisamente a dónde se les pide, por su propio bienestar, no ir? ¿Poco apego a la vida, falta de comprensión, rechazo irracional a recibir órdenes, un espíritu aventurero malentendido o simple y llana idiotez?

No me atrevo a responder, a pie firme, ninguna de estas interrogantes, pero sí puedo agregar un dato: también les pasa a ciertos gobernantes de este país. Por ejemplo, le pasó a Pedro Castillo. El mes era diciembre y el año 2022. Mientras la mayoría de peruanos decidía qué regalo navideño no iba a poder comprar, el entonces presidente se enfrentaba a una decisión histórica: hacer o no una estupidez. Y pese a que todas las señales, los avisos, los consejos, cualquier razonamiento por más rudimentario que fuera, le decían, le gritaban que no, que no, que no lo hiciera. Sin embargo, Castillo, embelesado por el peligro, atraído por la promesa de un golpe tan contundente como un tsunami, se lanzó al mar y anunció el cierre del Congreso, del Poder Judicial, del Ministerio Público y de cualquier institución que representa, en términos bermejianos, “esas pelotudeces
democráticas”.

Ahora que, pensándolo bien, quizá Castillo no haya sido el mejor ejemplo. Algunas personas, con razón, pueden argumentar que su estado mental nunca ha estado ni está, para decirlo con la mayor diplomacia posible, en óptimas condiciones. Esto viene a cuento por el último acontecimiento protagonizado por el exlíder de Perú Libre.

El hecho en cuestión ocurrió hace pocos días, el 28 de julio pasado. Pedro Castillo se acababa de levantar. Se incorporó y se quedó sentado en el borde de la cama. Se inclinó hacia adelante y apoyó los antebrazos sobre sus piernas. De golpe, alzó la cabeza, como si hubiera sufrido una revelación. Se puso de pie y caminó hasta el escritorio. Miró el pequeño calendario y sonrió al ver la fecha. “Hoy tengo que leer mi discurso”, murmuró.

Minutos después, recibió la visita de su abogado Ricardo Hernández, el mismo que había sugerido en el juicio que los videos del autogolpe de Castillo podrían haber sido hechos con inteligencia artificial.

—Presidente, perdone que hace semanas no lo visito. ¿Cómo está?

—Muy bien. Más bien te agradezco porque has llegado justo a tiempo.

—¿A tiempo para qué?

—Para que me ayudes a dar mi mensaje a la nación. ¿Trajiste mi terno? ¿No te habrás olvidado de mi sombrero?

—Presidente, ¿de qué está hablando? ¿Seguro que se siente bien?

—Me siento excelente. Con todas las ganas de dar mi mensaje a la nación.

—¿Su mensaje a la nación?

—Claro, hoy es 28 de julio. ¿O no?

—Sí, hoy es 28.

—¿Qué hora tienes?

—Las 10. ¿Por qué?

—Porque el discurso tengo que darlo a las 11 a.m. ¿No ves que todo el país me está esperando?

—Señor presidente, perdone, pero creo que debe descansar un momento.

—¿Estás loco? ¿Cómo voy a descansar si hoy es un día bien ajetreado? Lo que sí voy a hacer es afeitarme porque no puedo salir así.

El abogado asintió mientras veía a Castillo ingresar al baño. Luego, se alejó un par de pasos y, desde ahí, le hizo un gesto al guardia que los vigilaba a distancia. Este se acercó.

—Oiga, guardia, ¿qué le pasa al presidente? ¿No me diga que ya quemó?

—No, el que se quemó fue Humala. Como es nuevo, no sabía prender la cocina y entonces…

—Cuando hablo del presidente me refiero al presidente Castillo. ¿Me entendió?

—Sí, claro, le entendí.

—Entonces dígame. ¿Le pasa algo al presidente?

—¿Algo como qué?

—No sé. ¿Ha notado en él algo fuera de lo normal?

—Bueno, sí, se cree presidente.

—Él es presidente. A los que alguna vez fueron presidentes, por respeto, se les sigue diciendo así: presidente.

—Eso ya lo sé. Pero una cosa es que le digan presidente y otra cosa que él crea que todavía es presidente. ¿O es normal, por ejemplo, que los jueves tenga consejo de ministros?

—¿Los jueves tiene consejo de ministros?

—Bueno, a veces son los miércoles.

—Pero, ¿qué hace? ¿Se pone a hablar solo?

—Ojalá fuera eso nomás. Hace voces. Supongo que son las voces de sus ministros. La única voz que le reconozco es cuando hace de la voz de Dina.

—¿Hace la voz de la presidenta?

—Sí.

—Carajo, la cosa está mal entonces.

—Ni tanto. La verdad le sale muy bien.

En ese momento, Castillo salió del baño. El abogado le hizo un gesto al guardia y este volvió a su lugar de vigilancia.

—Bueno, ¿entonces? ¿Dónde está mi terno?

—Señor presidente, ha habido un problema. Por un tema de seguridad, va a tener que grabar el discurso y luego se va a difundir por las redes sociales.

Mientras Castillo se quejaba por la noticia, el abogado alzó el discurso que estaba sobre el escritorio. Entonces, en profundo silencio, lo leyó.

Estimados compatriotas:

Les traigo el saludo de todos los integrantes de mi gobierno, o sea, de mí. Y digo mi gobierno porque yo sigo siendo el presidente del Perú. Sigo siendo la persona que ustedes eligieron para que no gane Keiko. Es una pena que mi gobierno fuera interrumpido por los enemigos del país para su beneficio, justo en el momento en que yo estaba interrumpiéndolo para el mío. Pero eso no importa. Sigo siendo el presidente. Sigo hablando con mis ministros y pronto presentaremos al país una nueva constitución que constituya una esperanza para todos los pobres peruanos, y viceversa. Me despido parafraseando las palabras de la filósofa y exvedete Susana Díaz: ¡Qué viva el Perú y no dejes que el Perú te viva!

Valgan verdades, el discurso de Castillo tiene varias ventajas respecto al de Boluarte. En primer lugar, es mucho más corto. Además, no le hace daño a nadie, salvo, quizá, a él mismo. Por último, pero no menos importante: no utilizó tantos papeles por lo que contribuyó menos a la deforestación. ¿Se imaginan cuántos árboles cayeron para que la burla presidencial pueda durar más de cuatro horas? Pero claro, una cosa es el discurso de Castillo y otra es Castillo. Y otra cosa es Castillo en la Diroes y otra es tenerlo de nuevo como presidente. ¿Y si uno tiene que elegir? ¿Regresar a Castillo a Palacio de Gobierno, o, esperar el tsunami frente al mar? Ah, bueno. Ahí la cosa ya no parece tan absurda, ¿no?

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