Pequeñas f(r)icciones: El hombre del PPT
Pequeñas f(r)icciones: El hombre del PPT

A la lista de las grandes urbes ajenas al descanso nocturno, como, por ejemplo, Las Vegas, habría que sumarle, en su correspondiente circunstancia y proporción, a la insomne Breña, o más específicamente, a la calle Sarratea: el puñado de cuadras que nunca duerme. Sin embargo, si, estirando el caso, allá, “lo que sucede en Las Vegas se queda en Las Vegas”, aquí, lo que sucede en Sarratea no solo no se queda en Sarratea, sino que aparece, domingo a domingo, convertido en una suerte de misil tierra-aire-palacio, en los programas periodísticos de la televisión nacional.

De este y otros asuntos se lamentaba Pedro Castillo, la tarde que recibió, en su residencia presidencial no oficial, a su todavía íntimo amigo y exsecretario presidencial Bruno Pacheco.

-No soporto a la prensa -dijo Castillo, golpeando la mesa con la palma de la mano.

-¿Y ahora qué pasó?

-Me siguen presionando con la lista de los que me han visitado aquí.

-Que presionen lo que quieran, nosotros no vamos a darle esa información. No podemos hacerlo.

Castillo, sentado detrás de un escritorio, asintió.

-Claro que no le daremos nada. Pero el problema no solo es lo que pasó aquí, sino las visitas que recibí en Palacio. ¿Viste el reportaje sobre la licitación millonaria en Petroperú?

-No.

-Cómo puede ser que no la hayas visto. Mira, justo lo tengo aquí en video.

Algunos minutos después.

-¿Y Bruno? -dijo Castillo, al tiempo que señalaba, en la enorme pantalla del televisor, el reportaje donde se mostraba la extraña y millonario licitación de Petroperú-. ¿Qué opinas?

-Es impresionante.

-Exacto.

-¿De cuántas pulgadas es?

-Pero qué dices. Te estoy hablando del reportaje.

-Ah ya, pucha. Están hablando del negociado con Samir Abudayeh.

-Exacto. No pasa semana en que no haya un escándalo en mi gobierno.

-Te equivocas -dijo Pacheco-. La semana pasada fueron dos.

-Lo que quiero decir es que tenemos que hacer algo. Hay que detener estos ataques de la prensa.

-Bueno, justamente para eso he venido.

-¿Trajiste al tipo ese que te recomendaron?

-Claro.

Pacheco salió del lugar y volvió acompañado por un hombre alto, algo encorvado, de terno azul, cargando un maletín. Hechas las presentaciones y dados los saludos, el hombre le habló a Castillo.

-He traído un PPT -le dijo, ¿está bien?

-Claro, hágalo pasar.

-No, señor presidente. PPT es una forma de presentar mis ideas.

-Sí, sí, ya sé.

-Entonces dónde puedo conectar mi laptop.

-¿Sabe qué? -dijo Castillo-. Olvídese de eso y dígame las cosas de frente.

El hombre dejó el maletín a un lado y se sentó al lado de Pacheco. Sus ojos se concentraron en Castillo.

-Bueno, señor presidente. Yo tengo un plan de trabajo que dura, en primer término, seis meses.

-¿Seis meses?

-Así es.

-Pero yo quiero que la prensa deje de molestarme hoy.

-¿Hoy?

-Es que no puedo esperar seis meses.

-Claro, uno no sabe dónde va a estar en seis meses.

-Yo menos.

-Podemos trabajar el plan de seis meses y, a la par, uno que responda a las necesidades de la coyuntura más inmediata.

-¿Y la prensa? ¿Cómo la callamos?

-Bueno, hay varias maneras. Eso depende. Usted sabe.

-Si supiera, no te estaría escuchando.

Una sonrisa nació y murió en el rostro del hombre.

-Me han dicho que usted es un presidente práctico.

Castillo movió la cabeza hacia adelante. Un brillo en sus ojos se encendió.

-Sí, es cierto -dijo Castillo-. Prácticamente soy el presidente.

El hombre dio un suspiro.

-También me dicen que es un hombre de pocas palabras.

-Sí, no me sé muchas. ¿Y cuál es el problema?

-Entonces lo que quiere es que la prensa deje de seguir denunciando casos de corrupción en su gobierno.

-Exacto.

-Para empezar puede dejar de reunirse con proveedores del Estado.

-Ese es tu consejo.

-Es un consejo gratis.

-Espero que los consejos pagados sean mejores.

-Dígame una cosa, señor presidente. Usted dijo que en su gobierno no iba a haber corrupción, ¿verdad?

-No, yo dije que no se iba a ver, que es distinto.

Castillo sonrió, complacido consigo mismo.

-Pero igual se ve por todos lados -dijo el hombre y, al ver el rostro adusto de Castillo, se arrepintió apenas lo hizo. Castillo iba a responder cuando, de pronto, irrumpió el sonido de un celular. El hombre y Castillo miraron a Pacheco. Este se disculpó, se puso de pie y fue a un rincón del lugar.

-Yo le voy a decir una cosa de mi gobierno -dijo Castillo, pero no pudo seguir.

-Señor presidente -interrumpió Pacheco, cuyo rostro se había vuelto pálido, casi tanto con el blanco de la pared.

-¿Qué pasa?

-Me acaban de llamar de Palacio. Hay un fiscal que quiere entrar a revisar su despacho.

-¿A mi despacho? ¿Por qué?

-Por el caso Petroperú. ¿Qué hago? ¿Qué les digo?

-Que no, que no pueden entrar -dijo Castillo-. Carajo, yo soy el presidente.

-Esto va a aparecer en la prensa en cualquier momento- dijo Pacheco.

La mirada colérica de Castillo se calmó al dirigirse al hombre de terno, que había enmudecido de golpe.

-Ya ve por qué no puede esperar seis meses.

-Lo entiendo, así no va a durar ni un mes.

-¿Va a ayudarme o no?

-Claro que sí, pero le advierto que mis honorarios no son poca cosa.

-Por el dinero no se preocupe. Afortunadamente el cobre sigue a buen precio.

Mientras Pacheco se desgañitaba tratando de enviar, por teléfono, las órdenes necesarias para que la Fiscalía no ingrese al despacho presidencial, Castillo despidió al hombre, diciéndole que de todas maneras tomarán sus servicios. Este le agradeció y se fue dando pasos acompasados, casi danzando, hasta salir de la casa y ganar la calle.

Varias cuadras más allá, el hombre de terno se detuvo en un cafetín. Tomó asiento en una de las mesitas y pidió un café. Sacó el celular y marcó uno de sus contactos. “Listo. Cayó. Ya estamos adentro. Ni siquiera tuve que usar el PPT. Espero nuevas instrucciones”.