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Pequeñas f(r)icciones: Congresistas fuera de órbita
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Mucho —quizá demasiado— se ha hablado y escrito sobre la presencia de los congresistas Paul Gutiérrez y Germán Tacuri en una conferencia sobre ovnis, en México. Con el prejuicio en mano y sin mayor análisis, gran cantidad de peruanos —incluido quien perpetra estas líneas— ha criticado con inusual dureza que ambos hayan priorizado este evento a su labor parlamentaria. Sin embargo, luego de pasar una tarde con ellos, puedo dar fe de la importante labor que vienen haciendo en materia de relaciones exteriores, digamos, más exteriores de lo habitual. Aquí la crónica.
El congresista Gutiérrez, cansado de comentarios malintencionados, muchos de ellos relacionados con su condición mental, me contactó para dar, por única y extraordinaria vez, el descargo definitivo. No quiso entrar en detalles. Solo me pidió que lleve ropa gruesa. “En la noche corre bastante aire”, me dijo.
Salí de mi casa prometiendo que regresaba para cenar. Cuando subí a la camioneta, saludé a Gutiérrez y vi que había otros dos ocupantes. El segundo de ellos era el congresista Tacuri, quien me saludó muy efusivamente. El tercero, sentado junto a él, me ofreció la mano y una amplia sonrisa. “Llámame José. Soy el enlace”, se presentó.
José me dijo que le apenaba mucho el cargamontón que habían recibido los congresistas. “Aquí los señores son expertos en el tema”, me aseguró. Según José, hay cinco lugares en el Perú donde el avistamiento de ovnis se da con frecuencia: Marcahuasi, Chilca, Caral y las oficinas de los congresistas Gutiérrez y Tacuri.
Más de una hora después de recorrer la Panamericana Sur llegamos a Chilca. Los primeros ovnis que vimos venían en varios sabores: el mejor sin duda era el de lúcuma. Según José, detenerse para degustar los famosos helados “Ovni” es parte de la ruta extraterrestre. “Los ‘hermanos mayores’ prefieren los de chocolate”, me confesó.
Ya con la tarde muriendo, nos dirigimos hacia la playa. La camioneta se adentró varios metros, todo lo posible antes de que sus llantas se hundan en la arena. De ahí en más, empezamos a caminar. El cielo parecía un lienzo donde una suerte de luz naranja dividía, en partes desiguales, el firmamento, el mar y la arena. Por ratos, la arenilla que traía el viento nos obligaba a entrecerrar los ojos, a hacer nuestras miradas horizontales. Y así seguimos andando hasta que, de súbito, José se detuvo. Luego, con aire teatral, dijo: “Este es el lugar”. Nos dejamos caer en la arena y cada quien se acomodó como mejor pudo.
—¿Y ahora qué?—pregunté.
—Ahora a esperar. Según lo que me dijeron —miró su reloj— van a estar aquí a las 7pm.
—¿Cómo? ¿Van a venir?
—Claro, esto no será solo un avistamiento.
Los congresistas miraron a José y este asintió.
—Casi lo olvido —dijo—, como parte de este ritual tienes que tomar este brebaje milenario.
Apenas lo hice, sentí una suerte de energía que brotaba por mis poros y me hacía sonreír sin razón. Empecé a dar saltos sobre la arena y, de golpe, el mundo era maravilloso. En ese momento, ocurrió algo que no puedo explicar. Era como si me hubiera teletransportado a varios metros de ahí. Miré a mi alrededor y no veía nada más que un asfixiante desierto. Cerré los ojos y, cuando los abrí, lo vi. Una luz en forma de disco luminoso había aparecido en el cielo. No podía estar a más de 400 o 500 metros de distancia. Entonces, de la luz emergió una figura de apariencia humana. Su cabeza era grande y redonda. Sus hombros eran algo puntiagudos, pero su torso era más bien robusto. Quizá era mi impresión, pero juraría que usaba una faja.
—Ven —me dijo, pero sin emitir ningún sonido. Toda la comunicación era telepática.
—¿Quién eres? —le pregunté, para mi sorpresa, también solo con el pensamiento—. ¿Tú eres un “hermano mayor”?
—En realidad soy el menor de mis hermanos.
—¿Pero tú eres o no uno de los que llaman “hermanos mayores”?
—Ah, sí, sí. Soy uno de ellos.
—Entonces es verdad. ¡Qué increíble!
—Ahora que ya sabes quién soy, ven. Acompáñame.
—¿A dónde?
—Vamos a Ganímedes —me dijo—.
—¿Ganímedes? ¿Eso es un pub?
—No. Es una de las lunas de Júpiter.
—¿Júpiter? Por Dios. Eso debe ser lejos, ¿no?
—A 628 millones de kilómetros de aquí.
—¿Y nos vamos a demorar mucho? Es que en mi casa me esperan para cenar.
—No te preocupes. El portal dimensional va rápido.
—¿Qué tanto?— pregunté algo asustado.
—Te repito. No te preocupes. Viajar por estos aparatos es cada vez más seguro. Fíjate que desde que se inició el universo solo hemos tenido un accidente mortal.
—¿Y cuándo pasó eso?
—Ayer.
—¿Ayer?
—Sí, pobre terrícola. Quién se iba a imaginar que el lugar donde lo llevamos de paseo era un agujero negro.
El diálogo se extendió unos minutos más hasta que el “hermano mayor” amenazó con irse. En ese instante, tomé la decisión: “Vamos”, le dije.
Sentí que una fuerza me llevó hasta él. Me tomó de la mano y juntos atravesamos el disco de luz que flotaba en el cielo. Vi una serie de planetas y estrellas. Me dijo que lo que estaba viendo era el sistema solar. Qué imágenes tan bellas, tan indescriptibles. Lástima que no permitieran tomar fotos.
Luego, el “hermano mayor” me anunció que estábamos por llegar a Ganímedes. Sentí que salimos del disco luminoso y descendimos. La verdad es que la visita me decepcionó. No era precisamente un lugar turístico. La superficie estaba llena de cráteres, pero sin grandes relieves ni grandes montañas. Además, su apariencia de desierto helado no era nada agradable. Si al menos vendieran souvenirs.
Luego no recuerdo más del viaje. En algún momento —siempre tan descuidado— perdí el conocimiento, o algo por el estilo. Luego, lo que siguió fue bastante confuso.
Desperté y, todavía entumecido, pude escuchar que los congresistas y José discutían. Hablaban de que se les había pasado la mano, de que tendrían que llevar el cuerpo a un hospital, de que los iban a descubrir. Sin embargo, al verme despierto, corrieron aliviados a levantarme.
En conclusión, los congresistas en cuestión tienen una verdadera relación con seres extraterrestres. Por tanto, está plenamente justificado que hayan ido a esa conferencia. Desde ya, así como yo he expresado mi arrepentimiento por mis críticas hacia ellos, espero que la opinión pública siga esa misma ruta. Una ruta incómoda, quizá hasta desagradable, pero, sin duda, justa.
Por cierto, ¿alguien sabe qué puedo tomar para el dolor de cabeza?
El texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!
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