Benji Espinoza. (Foto: Archivo @photo.gec)
Benji Espinoza. (Foto: Archivo @photo.gec)

“Vine, vi, vencí”, dijo hace 2069 años el emperador romano Julio César luego de regresar victorioso de la batalla de Zela, donde el titán de la estrategia, tras recorrer con sus huestes varios kilómetros, aplastó a Farnaces II, en el reino del Ponto, actual Turquía, y destruyó así la ambición de Oriente de socavar el poderío romano; este año, el abogado presidencial Benji Espinoza sostuvo, sin ningún asomo de rubor, que la misma frase podría haber dicho Pedro Castillo cuando, luego de caminar algunas cuadras, rodeado de decenas de policías y miembros de su seguridad, llegó a la Fiscalía de la Nación para, valiente y combativo, empequeñecer hasta el silencio ante cada pregunta del fiscal.

La prensa no lo sabía, pero, minutos antes de la esforzada caminata a la Fiscalía, se produjo un fuerte altercado entre el abogado y su defendido. Estaban en Palacio de Gobierno, cuando Castillo le comunicó a Espinoza su decisión de ir a la sede del Ministerio Público.

-Señor presidente -dijo Espinoza-. Usted no puede irse caminando hasta la Fiscalía.

-Claro que puedo. Son pocas cuadras nomás.

-No me refiero a eso.

-Te entiendo. Estás preocupado por la inseguridad ciudadana. No te preocupes, voy a estar bien resguardado.

-No se trata de nada de eso.

-¿Y entonces?

Espinoza dio un profundo suspiro antes de responder.

-Lo que pasa es que ayer le aseguré a la prensa que usted no iría. Y si usted va, voy a quedar en ridículo.

-¿Y por qué hiciste eso?

-Porque pensé que me haría caso, señor presidente.

-Lo siento mucho. Ya me decidí. Voy a ir.

-Pero, ¿cómo quedo yo?

-Para qué te adelantas pues...

-Señor presidente, recapacite.

Castillo sonrió.

-Creo que estás exagerando.

-Mire, señor presidente. Si usted va a la Fiscalía, yo también me voy.

-¿Vas a renunciar si me voy?

-No, ¿quién dijo renunciar? Yo digo que si usted va… yo lo acompaño.

Castillo se detuvo a mirarlo, a contemplarlo. Una luz de simpatía parecía alumbrarlo.

-Dime, Benji, tú en verdad confías en mí, ¿no?

-Yo no tengo ninguna duda de su inocencia.

-Entonces no crees que yo sea un corrupto.

-No le digo. Usted es bien inocente.

A la salida de la Fiscalía, tal como lo esperaba, la prensa arremetió contra Espinoza. La pregunta era la misma: ¿Va a renunciar luego de que su cliente no le hiciera caso? Para entonces, Espinoza ya tenía preparada una salida.

-Todo ha sido un embuste, una farsa.

Ante la incredulidad de la prensa, el abogado presidencial explicó lo inexplicable.

-Así como la Fiscalía tiene sus estrategias de persecución, la defensa tiene la principal estrategia sacada del arte de la guerra: el arte del engaño.

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Entonces, ante una prensa atónita, y como si fuera un prestidigitador que saca el naipe elegido debajo de la manga, el empeñoso abogado defensor extrajo de su saco el libro que, según él, le cambió la vida, y las mañas: “El arte de la guerra”, de Sun Tzu. Este pequeño pero sustancioso libro ha tenido –y tiene– gran influencia en el mundo. Por ejemplo, hizo mejores estrategas a personas de la talla de Napoleón Bonaparte o Nicolas Maquiavelo. Con Espinoza, al parecer, hizo lo que pudo.

Como se puede ver, el abogado Espinoza se había inscrito, sin problemas y con mucho mérito, como parte del elenco estable que rodea al presidente Castillo. Por ello, cuando esta semana anunció que dejaba de ser el abogado de Castillo, un hondo pesar recorrió los medios de comunicación. ¿Dónde podría el presidente encontrar otro letrado que se entregue de esa manera, tan desprendida, tan pasional, tan suicida a su defensa? ¿Dónde un abogado que esté más interesado en sí mismo que en su defendido? ¿Dónde un defensor que compare a un emperador romano con un mandatario chotano?

Espinoza salió de Palacio de Gobierno y se quedó, por unos segundos, de pie, sobre el marco de la puerta central. A sus lados, dos húsares de Junín, impacientes por terminar su turno, parecen flanquearlo. Espinoza miró el amplio patio y, cuando vio más allá, antes de la reja que separa al poder del hombre de a pie, no pudo evitar sentirse importante al ver el cúmulo de periodistas que esperaban escuchar sus palabras.

-Doctor Espinoza -le dijeron al unísono al menos tres hombres y dos mujeres que, blandiendo el micrófono, querían ser los primeros en preguntar.

-Con calma, por favor -dice Espinoza, aunque parece también estar diciéndoselo a sí mismo.

-¿Por qué renunció a la defensa del presidente y su esposa?

-Esas son cosas que no le puedo revelar. Las razones de mi renuncia solo la saben el presidente y la primera dama. Ni yo mismo las sé.

Un revuelo de comentarios y preguntas sobrepuestas llegaron mezclados al oído de Espinoza. Sin embargo, trató de mantener la imagen de control.

-Si me pueden preguntar uno por uno...

-Doctor -dijo un periodista antes que nadie-, ¿cómo es eso de que ni usted sabe por qué renunció?

-En realidad, no es tan difícil de entender.

-¿Podría decirnos al menos por qué entonces ha vuelto a defender al presidente?

Entonces, Espinoza de pronto enmudeció. Apoyó todo su peso sobre los tacones de sus mocasines y elevó el mentón, no demasiado, pero lo necesario para darle un toque dramático al momento, a su momento, a su respuesta: “Lo más importante de que me fui es que regresé”. Dicen que las mascotas se parecen a sus dueños, o se van transformando en ellos. No existe -que se sepa- investigaciones de psicología conductual sobre la relación mimética entre abogado y cliente. Ciertamente, de parte de ambos, este podría ser un verdadero -y único- aporte a la posteridad.

En tal sentido, queda flotando la otra cuestión, ¿Sun Tzu tenía mascota?

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