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Redacción PERÚ21

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Jaime Bayly,La columna de Bayly

Yo desde chica he sido muy de derecha. Nunca he sido comunista, tan bruta no soy. He sido marihuanera pero no comunista, he sido marihuanera de derecha. He sido coquera, pero no izquierdosa, he sido coquera conservadora, creyente en el libre mercado. He sido inquieta sexualmente, casi digamos promiscua, y he tirado con chicos de izquierda en la universidad pero siempre me ha parecido que tiran mejor los de derecha. Los amantes de izquierda que he tenido hablaban y hablaban y no concretaban y además no eran demasiado higiénicos y después tenía que dejarles un billete servicial para el taxi. Cuando me he ido a la cama con un derechista religioso, ha sido siempre un incendio, una cosa tremenda, llena de culpa, de violencia física, de palabras vulgares y rezos en latín. Los derechistas son más reprimidos y más culposos pero también más fogosos, eso me consta. No hay derechista que no sea pajero y que no le guste que le meta el dedo en el popis. Cómo alucinan cuando les cosquilleo la próstata: me gusta iniciarlos, sembrarles la duda, que no se sientan tan seguros de su virilidad empresarial. El problema con los derechistas religiosos es que no se ponen condón, no saben ni cómo ponérselo los tarados, se lo ponen al revés y se les baja la tripita al toque, y entonces con ellos todo tiene que ser a pelo, al natural, con los riesgos consiguientes y subsiguientes. Pero yo me cuido desde chica y me he acostado con muchos derechistas sin condón y casi siempre metiéndoles el dedito, cómo goza un derechista fanático cuando le enseñas la tercera vía, es como darles un golpe de estado en secreto, es como disolverles el parlamento (porque todo orto parla, es ley natural). Lo que no he podido nunca es comerme una encapuchada. No puedo con la capucha. Me mata. Me baja mal la libido. Por muy guapo que sea el susodicho, si me sorprende con una pieza enmascarada, recubierta, ensimismada, me indispone enseguida, me corta, me deja fría y replegada. ¿Por qué será que soy tan terriblemente discriminatoria con las que no me dejan ver la cara bien aireada y se me esconden? ¿Por qué será? Yo he comido kilómetros pero siempre mirándoles la cara. Si me sacan al subcomandante Marcos, me sale la derechista que llevo adentro y se acaba la refriega. ¿Quieres hablar conmigo cara a cara? Muéstrame la cara, entonces, no me mezquines la apariencia. No puedo con los encapuchados y los enmascarados y los camuflados y encubiertos y recubiertos: siento que algo me esconden, que no puedo confiar en ellos, que no dan la cara. Y me daña mucho el goce estético, me rebaja mucho la impresión de la belleza, porque yo cuando miro una poronga es como si estuviera admirando un cuadro en el Prado o el Louvre. Lo mismo me pasan con los que la tienen muy chiquita, aunque la tengan a la vista y bien aireada. Me dan lástima. Me dan ternura. Me inspiran compasión. Me dan ganas de meterles el dedito y que ellos se toquen su cosita ínfima, minúscula, y me gusta mentirles y decirles que la tienen grandísima y ellos se la creen, pobrecitos, qué culpa tendrán de ser pichicortos, pistachitos. Con los años me he vuelto más exigente porque tengo una colección de consoladores que compro en Amazon y todos son de buen tamaño, de buena textura, de buen olor y entonces una se acostumbra a que todas sean así de bonitas y limpias y rendidoras. Todos los pipilines que he comprado discretamente por internet son circuncidados, no recuerdo que se ofrecieran de los otros, a mí en todo caso no me interesan. Y todos te acostumbran a la limpieza depilatoria. En eso también soy muy de derecha: a mí dame una cruda, tiesa, incluso sin moral, pero que el propietario tenga la amabilidad de recortarse el matorral. Yo con las selvas exuberantes no puedo. Me mata la pelambre, la melena frondosa, la que parece erizo o puercoespín. Yo me la como entera o doblada pero exijo en nombre de la dignidad que el señor se depile sus partes de combate. Si me quieren llevar a la jungla, me indispongo, no tengo vocación de exploradora, no soy Humboldt ni Bonpland. A mí muéstrame la mercadería, no la escondas con un pasamontañas ni me la escamotees en medio de una vegetación áspera. Los peores amantes que he tenido (todos de izquierda, todos ex comunistas reciclados en ecologistas, todos ateos, uno de ellos regidor de Lima) eran de tamaño ínfimo y enemigos radicales de la depilación. Era el horror, la barbarie pura, la vuelta a la caverna: había que mirar eso con linterna, a veces era más grande el pelaje afro que la dotación muy mínima. Mis mejores amantes han sido derechistas, religiosos, casados, del PPC, del Movimiento Libertad, los que votaron por Mario y luego se hicieron fujimoristas y ahora son alanistas en el clóset, ¿quién hubiera dicho que mis primeros tiradores de la juventud estudiosa del Movimiento Libertad iban a terminar siendo ministros rapaces de Fujimori y luego adulones ventrudos de Alan, todos casados y todos obscenamente enriquecidos en la bolsa y todos adictos a mí y a mis consoladores? No hay memoria en este país, no hay un museo de la memoria, pero yo digo sin jactancia que mi vagina es el verdadero museo de la memoria de este país amnésico y descerebrado. Yo recuerdo a todos y cada uno de los que han pasado por allí y se han alojado en esa posada peregrina y me han dejado su pequeño donativo, su agüita de coco, su baba de caracol. Yo soy la memoria viva de este país. Tú muéstrame una revista de sociales en papel cuché y yo te digo quién es quién, quién es aventajado y quién es chiquilín, quién es tirador solvente y quién es tontón incompetente, quién se depila y quién tiene una reserva natural ecológica. No es que sea una pe, pero soy inquieta, soy curiosa, me gusta probar de todo. Sí, por supuesto, también me he comido a unas amigas del club, a veces me entran unas ganas brutas de comerme a una amiga casada y alicorada y en esos casos me vuelvo machaza y entiendo por qué me río tanto con Ellen y por qué me gusta vestirme así como ella, un poco tirando a hombre, siempre con pantalón y zapatillas, nada de tacos ni vestidos de lady, pero al final, no sé por qué, debe de ser porque soy conservadora y de derecha, siempre extraño a un machito encabritado que me ponga en cuatro y me traspase y sobrepase y sopese con su lanza flamígera. Ya tengo años, ya estoy tía y una cosa he aprendido que quisiera compartir con ánimo pedagógico con las nuevas generaciones pujantes: los que más hablan de política son los que peor tiran y a veces ni siquiera tiran, los más politiqueros son los más ineptos en la cama, los que más se acaloran hablando de política no sirven para ponerte en llamas. Si quieres que te pongan a gozar, búscate un derechista, religioso, empresario minero, casado, buen esposo y padre de familia, y dile quiero que bajes a mi mina como minero informal y que me saques todito el oro que tengo para ti: búscame la pepita de oro, aunque la mía ya parece de plomo por el desgaste geológico.