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Redacción PERÚ21

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Sandro Venturo Schultz,Sumas y RestasSociólogo y comunicador

Vi el partido de la Sub 15 contra Corea del Sur. Bonito. Emocionante. Los peruanos jugaron tomados por la garra y el talento. Con dos goles voltearon el partido y se llevaron la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de la Juventud Nanjing 2014. Me emocioné viéndolos cantar el himno con pasión. Los goles fueron lindos. El segundo fue un golazo.

Esta selección llegó a este certamen por mérito propio, después de llevarse el Sudamericano al superar a los mejores de la región. Pero no todos los chicos que ganaron la competencia sudamericana fueron a China pues, pasado un año, ya habían salido de la categoría. Así que el mérito de Juan José Oré es doble: pulió rápidamente un nuevo equipo que rindió muy bien en sus amistosos previos y luego alcanzó el objetivo deportivo más valioso para un peruano de 15 años.

Todos sabemos que este es un logro extraordinario. Todos sabemos también que al fútbol peruano no lo salva un grupo de prometedores atletas adolescentes. El nuestro –ya se ha dicho hasta el cansancio– es un problema de sistema: equipos quebrados, ligas precarias, dirigencias sin visión, periodismo mermelero y barras pandilleras. Una antología de males nacionales.

La buena noticia es que la Asociación Deportiva de Fútbol Profesional ha aprobado el Reglamento para la Concesión de Licencias para los Clubes. Esto significa que los clubes estarán regulados a partir de 2015 y que deberán cumplir con estándares mínimos de infraestructura, finanzas, administración, institucionales y de formación de deportistas. Club que no cumpla, club que no participa. La valla es alta en un país propenso a la informalidad y la improvisación.

Esta iniciativa de la Asociación va a enfrentarse a muchas suspicacias. De hecho, la propia Asociación ha hecho todo lo posible para ser percibida como mediocre y argollera, así que el reto de quienes lideren este proceso va a ser doble. Van a tener que sacar adelante este descomunal proyecto y, al mismo tiempo, construir su propia legitimidad frente a la desdichada opinión pública deportiva. El peor enemigo de un peruano no es otro peruano, sino la desconfianza que nos caracteriza y que desinfla nuestras propias causas.

Esta sorprendente iniciativa va a implicar una gran movilización de diversos actores: auspiciadores, proveedores, funcionarios, socios y periodistas. Y deberá traducirse en un proceso de cambios institucionales y mentales sostenido. Ya sabemos que un buen entrenador no es insuficiente para romper el maleficio. Ya sabemos que nuestros deportistas profesionales están por debajo del estándar mundial. Ya sabemos que los dirigentes son probadamente negligentes. Pero si iniciativas como esta se juegan con el entusiasmo y la dedicación con que jugaron los chicos en China, acaso podamos en unos años disfrutar de hermosas novedades.