Martín Vizcarra, presidente del Perú, en uno de sus pronunciamiento. (GEC)
Martín Vizcarra, presidente del Perú, en uno de sus pronunciamiento. (GEC)

Insisto en lo que escribí dos semanas atrás con la ampliación de la cuarentena: el gobierno debería pasar del martillo nacional al bisturí regional.

La herida que está dejando el virus a su paso no es igual de profunda en todo el país. Hay regiones donde la situación está fuera de control, sobre todo en el norte y la Amazonía, pero hay otras donde el ritmo de contagio está relativamente controlado y la capacidad para atender casos graves no ha sido superada. En esas regiones, principalmente ubicadas al sur del país, se puede pasar a una estrategia más flexible que reduzca el estrangulamiento económico. Regiones como Moquegua, Ayacucho, Apurímac, San Martín, Huancavelica, Puno o Pasco podrían tener medidas bastante más flexibles, con distanciamiento físico y cuidado. Pueden cerrar sus fronteras y limitar ingresos y salidas, pero sin confinamiento obligatorio. Esto trae un desafío de implementación, que es donde siempre se esconde el diablo, sobre todo con la incapacidad de muchos gobiernos regionales, pero ya pasaron dos semanas desde la última prórroga y esas limitaciones logísticas ya se deberían haber solucionado.

En el norte y la Amazonía no veo cómo levantar la cuarentena sin que se desencadene una acelerada de casos que traiga más muertes. Las imágenes que llegan son desgarradoras, así que se debe actuar bajo una lógica de desastre sanitario.

El caso de Lima plantea una incertidumbre difícil de resolver. La cuarentena se cumple muy parcialmente y una ampliación podría terminar quedando solo en el papel, pero creer que el peligro no sigue latente es caer en las tentaciones del pensamiento mágico.

Mientras tanto, es bastante triste ver a algunos gozar cuando el número de contagios o muertos aumenta. Es como si quisieran que todo salga mal. Ahí sí ameritan esa horrible frase “no hay peor enemigo de un peruano que otro peruano”.