La pelota no se mancha

Edwin Oviedo llamó a sesión a la Junta Directiva de la FPF. (Foto: El Comercio)

La situación de varios (ex ‘notables’) en esta telaraña de audios que han puesto en evidencia actitudes mafiosas, corruptelas y comisión de delitos ha desnudado, una vez más, el modus operandi de quienes utilizan el poder y la discrecionalidad de sus puestos para montar circuitos delincuenciales a fin de favorecerse sin pudor ni vergüenza.

Además de jueces, consejeros y empresarios, la resistencia a la renuncia del presidente de la Federación Peruana de Fútbol, Edwin Oviedo, y del propio fiscal de la Nación, Pedro Chávarry, ante evidentes mentiras nos demuestra, otra vez, la imposibilidad que muchos tienen, desde cualquier poder, de percibir lo evidente.

El asunto no da para más. Apelar a “que me demuestren que he delinquido, que engañar no es suficiente para dejar un cargo”, evidencia una cultura con cero dignidad y respeto por la ciudadanía. Por cierto, ni las denuncias periodísticas, ni las percepciones llevan a alguien a la cárcel, eso solo lo hace una justicia que funcione, pero que quieran tomarte por idiota y traten de insultar la inteligencia ciudadana deteriora por completo las posibilidades de confianza que una sociedad requiere para levantarse luego de una andanada de traiciones, como la reciente.

Edwin Oviedo puede borrar sus amistades, su pasado, su administración en Tumán con una gestión en la FPF que todos aplaudimos, porque logró que la gerencia del fútbol y de la selección peruana fueran exitosas. Queda claro que los nombramientos de la Comisión Consultiva y la de Ética (que ya renunciaron), el trabajo de Juan Carlos Oblitas y Ricardo Gareca fueron claves para esos resultados que celebramos con pasión en la clasificación y en Rusia.

Sin embargo, separando la paja del trigo, y para que la pelota no se manche, la presencia de Oviedo no da más. El caso del fiscal de la Nación, tampoco. Cuando una autoridad miente y es puesta en evidencia, la única salida es la tarjeta roja. La consecuencia es un valor indispensable en una sociedad que pretenda algún respeto.

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