Peligrosa, mal hecha e incompleta

"Con poco más de dos semanas de funcionamiento, los siniestros viales en la Vía Expresa Sur se acumulan. Cada choque, cada accidente, cada susto, es un recordatorio de que las advertencias no eran caprichos".

Fecha de publicación: 26/04/2025 7:38 pm
Actualización 27/04/2025 – 12:05

El alcalde de Lima inauguró la Vía Expresa Sur. Más bien, inauguró las vías auxiliares de la inexistente Vía Expresa Sur. Con fotos oficiales, discursos triunfales y sonrisas de satisfacción dieron por concluida una obra que, desde sus inicios, estuvo marcada por advertencias que prefirieron ignorar.

Se dijo, y se repitió, que el proyecto arrasaría parques y áreas públicas sin un debido proceso.

Se alertó que no se estaba respetando a los vecinos ni a los espacios que hacen más digna la vida en la ciudad. Se sugirió que se plantee un diseño actualizado e integral para una vía que pueda respetar —en la medida de lo posible— los espacios públicos. Se advirtió, también, que el actual “diseño” pondría en riesgo la seguridad vial. Hoy, lamentablemente, la realidad nos da la razón.

Con poco más de dos semanas de funcionamiento, los siniestros viales en la Vía Expresa Sur se acumulan. Cada choque, cada accidente, cada susto, es un recordatorio de que las advertencias no eran caprichos: eran llamados urgentes a construir una ciudad que no nos atropelle.

Desde el 10 de abril, fecha en la que se inauguró este remedo de obra pública, hay 16 siniestros viales reportados por ciudadanos. Catorce de ellos en dos de las once intersecciones que cuentan con algún tipo de vigilancia ciudadana o cámara de seguridad. ¿Cuántos más habrán ocurrido? Vivimos en un país donde la autoridad entrega una obra mal hecha y a medias, causando daño a sus ciudadanos y no pasa nada. La obra se inaugura sin luminarias, sin semáforos, sin señalización suficiente, sin seguridad. Además, en redes sociales se empiezan a reportar robos en las esquinas, producto del caos.

No podemos normalizar que se destruyan espacios públicos para darle paso a una infraestructura peligrosa. No podemos aceptar que la promesa de «modernidad» sea, en realidad, más violencia urbana disfrazada de progreso.

Porque la ciudad que merecemos no es una donde el cemento avance sin alma, sin respeto y sin cuidado. La ciudad que merecemos no atropella derechos, no destruye parques, no pone en peligro a quienes la habitan. La ciudad que merecemos protege sus áreas verdes, escucha a sus vecinos y construye para la vida, no para la foto.

Hoy más que nunca debemos exigir una ciudad que nos respete. Que entienda que los parques son tan importantes como las carreteras. Que el bienestar de la gente vale más que la velocidad de los autos. Que una verdadera obra pública se mide por la vida que mejora, no por el concreto que inaugura. 

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