(Foto: Congreso)
(Foto: Congreso)

Se fue Aníbal Torres sin pena ni gloria y con las responsabilidades penales que ahora tendrá que afrontar ante la justicia por los delitos de corrupción del presidente Castillo. No hay nada que recordar, más que sus exabruptos y acciones irresponsables; nunca tuvo el perfil de un premier que, se entiende, es el vocero del gobierno e interlocutor político para generar consensos.

Admirador de Hitler –hay que estar mal de la cabeza para serlo–. Con tantos reconocimientos académicos de los que se vanagloriaba, mostraba más bien una ignorancia supina con la historia de la humanidad, ensimismado por su personalidad beligerante y aborrecida que siempre mostraba su mal carácter. Imposible que pudiera continuar en el cargo.

No era un político, y en el ejercicio del premierato mostró su pequeñez –no tiene nada que ver con su estatura–. Uno, porque el cargo le quedó muy grande, pero, sobre todo, por su soberbia y petulancia para dialogar con la población, la prensa, los congresistas e, inclusive, con sus colegas ministros.

Uno de los peores capítulos de su gestión fue cuando amenazó a los comuneros de Las Bambas desde el Parlamento, insinuando que lo iban a secuestrar, como pretexto para no ir a atender la conflictividad social; una afrenta a las comunidades y a mi región, Apurímac.

Ante la escalada de la conflictividad y la exigencia de su presencia para retomar el diálogo, no le quedó otra que viajar a Cotabambas y, en Pumamarca, este personaje volvió a faltar el respeto a las comunidades: llegó dos horas tarde, tomó la palabra para hacer catarsis con sus demonios –no habló nada de la problemática subyacente– y, al final, salió corriendo porque supuestamente tenía otra reunión más importante en el Valle Sagrado, en el Cusco.

Ese es Aníbal Torres, a quien empoderaron para avalar la corrupción del gobierno y para provocar a las comunidades campesinas en conflicto. Un irresponsable que ahora tendrá que responder a la justicia.