Castillo en el aire. (Presidencia)
Castillo en el aire. (Presidencia)

Si bien a nadie llamará a sorpresa la creciente impopularidad de Pedro Castillo, lo alarmante es que él mismo se cruce de brazos y no se le pase por la cabeza enmendar mínimamente el rumbo de su gestión. El presidente se está quedando cada vez más solo con sus discursos delirantes, sus pleitos con el Congreso y la prensa, y sus graves problemas con la justicia.

Lo hemos visto con el gabinete: una vez que Aníbal Torres dimitiera como premier, no pudo encontrar reemplazo. Se vio obligado, entonces, a pedirle al renunciante que no se marchara y a hacer algunos cambios cosméticos en el reparto ministerial. Los clásicos “cambios para que nada cambie”.

La ciudadanía, por supuesto, no es ajena a ese derrape permanente que el presidente ha convertido en modus operandi. La última encuesta de Datum es expresiva. La desaprobación del mandatario asciende a un 76% a nivel nacional. En la zona central del país el rechazo es del 79% y en el sur llega al 65%, y recordemos que ambas regiones fueron bastiones castillistas en los últimos comicios, donde votaron casi masivamente por su candidatura.

El desencanto es pues patente y rotundo, incluso entre sus otrora partidarios. Es una mayoría aplastante la que, en las zonas andinas del Perú, ha dejado de confiar en su liderazgo. De hecho, son quizás los que peor la están pasando con el gobierno que eligieron, en el campo y en las ciudades.

Inseguridad ciudadana, corrupción y economía son, por otro lado, tres aspectos que la población califica como los peores en la gestión del mandatario. Y de ello no caben mayores dudas. La delincuencia en calles y pistas ha aumentado, los escándalos de corrupción le están estallando en la cara –la Fiscalía de la Nación le ha abierto ya cinco expedientes sobre presuntos fraudes y coimas– y la economía es otro tango: va cuesta abajo en la rodada.

Lejos de la ciudadanía y hasta de sus electores, con una política de Estado que se limita a moverse en círculos concéntricos, cometiendo una y otra vez los mismos desatinos, cada vez con menos aliados, fuera de parientes y paisanos, Castillo continúa enfrascado en un soliloquio en el que la realidad peruana parece ser solo una referencia remota.