(Foto/ Jorge Cerdan   @photo.gec.)
(Foto/ Jorge Cerdan @photo.gec.)

Todos los poderes del presidente. El abanico no se compara con ningún otro poder en el Estado. Inmunidad total, para empezar. Así cometa delitos, no lo pueden acusar. Tiene la absoluta potestad de cambiar de ministros cuando alguien no le gusta y el criterio no está basado en la capacidad del individuo necesariamente.

La rotación alucinante de más de 60 ministros en su primer año lo evidencian, sin duda alguna. El presidente es el jefe supremo de las Fuerzas Armadas y Policiales. Tiene poder ante el que debe cuidar las finanzas del Estado: el titular de Economía (lo nombra y lo saca cuando quiere).

Puede influir abierta o discretamente en sus prioridades, lo que lo convierte en una voz determinante para destinar el presupuesto de todos los peruanos. Administra la hacienda pública, nada menos. Recordemos que entre agosto y octubre de cada año determinan los pliegos financieros de cada sector; el jefe de Estado sugiere darles atención a determinadas obras sobre otras que le “puedan interesar menos” por razones muy subjetivas.

Su sola palabra puede abrirles posibilidades a aquellos sobre los que posará especialmente su interés, que puede ser patriótico, o no tanto. Tiene poder de veto, tiene poder para indultar y conmutar penas.

No es un ciudadano cualquiera, no importa si vino de abajo o de arriba. Por eso la narrativa de Pedro Castillo sobre que es la víctima en esta historia porque viene del pueblo, porque es un campesino –y su familia también– tiene patas cortas y mentirosas.

Hoy, Pedro Castillo representa el máximo poder en el país y, precisamente por eso, debería responder sin tretas a las acusaciones contra él y su familia.

Es despreciable que se escude en la victimización de clase como desvalido, cuando se va descubriendo el uso y abuso de los enormes privilegios que el poder le da para evadir las acusaciones de la justicia.