[OPINIÓN] Rolando Luque: “Honrar la palabra”

El diálogo es la principal fuente de energía de una democracia. De él parten los consensos que sostendrán el sistema y los disensos que lo renovarán. El principio de legalidad o la regla de la mayoría están señalados en la normativa legal, el diálogo no. La palabra ‘diálogo’ no aparece por ningún lado en la Constitución. Tiene la categoría de un supuesto básico que garantiza el flujo constante de mensajes políticos que le dan forma a un sistema como el democrático, en construcción permanente.

Hace varios lustros que nuestra democracia se ha estancado en las rutinas electorales y la reyerta política. Le cuesta responder a las exigencias de una sociedad cada vez más informada y activa. Ningún país –urgente reconocerlo– ha logrado elevar los estándares de vida de su sociedad sin una política estable, una administración eficiente y una justicia oportuna y transparente.

Es esa debilidad estructural la que limita las posibilidades del Estado democrático de abocarse a las demandas sociales por las vías regulares. Surge, entonces, el diálogo como alternativa para resolver conflictos sociales. Viene a apuntalar a un Estado no reformado para que no colapse. Sus espacios –más de 90 en la actualidad– crean oportunidades de solución a problemas difíciles. Con todas sus precariedades, estos espacios han logrado acuerdos suscritos en actas. Su gran amenaza: el incumplimiento.

Según cifras de PCM del año 2019, alrededor del 50% de los compromisos no se han cumplido. El acta es un documento político de difícil trazabilidad. Requiere de una instancia que se haga cargo de seguirle el rastro y gestionar su cumplimiento. Lo aconsejable es que esa unidad esté instalada en la Defensoría del Pueblo por su condición de tercero imparcial y su larga experiencia en el monitoreo e intervención en conflictos sociales.

Honrar la palabra es asegurar el bienestar que traerán los acuerdos, respetar a los interlocutores y garantizar la legitimidad y continuidad del diálogo.

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