(Foto: Presidencia)
(Foto: Presidencia)

El 5 de abril, tres décadas después del autogolpe fujimorista, rugió Lima contra Pedro Castillo. Para muchos, un punto de quiebre en el debilitado gobierno puesto a prueba en una misma semana, con un segundo intento de vacancia fallido, un paro multitudinario de transportistas de carga en la cuna del partido oficialista (Junín).

Y una desproporcionada decisión del gobernante, al filo de la medianoche del lunes 4, imponiendo un toque de queda en la capital y en el Callao, por información de “inteligencia” que nadie explicó, sobre posibles desbordes sociales, que al final ocurrieron, pero por indignación de la ciudadanía rechazando un encierro obligatorio absurdo.

El intento de control “a la bruta” impidiendo a la gente salir a trabajar, en medio del alza de precios, para ganarse el pan de cada día, exacerbó el malhumor generalizado y los sacó a la calle a protestar.

Al final de esa jornada que tuvo en su inicio una genuina necesidad de levantar la voz, aparecieron también, decenas de vándalos que tendrán que ser identificados y encarcelados (hay 11 detenidos) que atacaron la sede del Poder Judicial y saquearon tiendas en el centro de Lima.

El gobierno, por esto último, intentará deslegitimar el rechazo de mucha gente contra Pedro Castillo, pero lo real, es que la gente está cada vez más cansada de la ineptitud en el manejo gubernamental, con funcionarios nombrados y cambiados constantemente por incapacidad, actos de corrupción y un pésimo manejo de gestión.

Pedro Castillo, quien ha confesado no leer diarios, no ver informativos, vive en una dimensión que no mide la indignación nacional. No cree en ella. Prefiere no enterarse. Mas allá de los efectos internacionales por el ataque de Rusia a Ucrania, una pandemia, tenemos una crisis social, una crisis de representación y una crisis de confianza en nuestro país.

¿Quién sobrevive a ello sin tomar medidas que enderecen verdaderamente el rumbo? Este último episodio si no sacude y despierta al gobernante, es imposible ver posibilidades de que sobreviva, aunque la agonía puede durar y terminar de llevarnos de encuentro a todos.

La renuncia parece no estar en su ADN, para ello tendría que estar consciente de la dimensión del problema, pero por sus errores insistentes, consecutivos, repetitivos, es claro, que no lo está, o que su miedo a lo que le pueda pasarle judicialmente, sin banda presidencial, es más grande que pensar en el bien superior para el Perú.