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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

"La izquierda se parte en dos proyectos irreconciliables", dice una nota periodística aparecida ayer. Pero podría ser de hace 30 años. O 20 o 10 o del 2011. O de hoy. Porque la izquierda no está partida, la izquierda está segmentada y dispersa en decenas de grupúsculos que se afilian y desafilian y se juntan y desjuntan de acuerdo a lo que les da la gana o les conviene o deja de convenir a algunos de sus dirigentes. La falta de institucionalidad que afecta a nuestro país en todos los ámbitos no le es ajena. Cierto, tampoco le es ajena a la derecha, llena también de grupos de cuatro gatos (somos yo, mi hermano, mi vecino y mi amigo sonso) pero, al menos en buena parte de esa derecha, según la cual el ideal de justicia es que cada uno se arregle como pueda, tal dispersión es consistente. ¡Y ya tienen candidatos!

¿Cómo se entiende semejante incapacidad de aglutinamiento en la izquierda, esa que propugna la solidaridad y la justicia social, y se envuelve a sí misma en su manto de superioridad moral cada vez que alguien como Fujimori, García, Urresti o hasta Simon les sale al frente? ¿No que la unión hace la fuerza? ¿O todas esas palabras estandartes que usan como "unión", "federación", "confederación", "sindicato", "socialista", "comunista" o "frente" se han convertido en clichés?

Dentro de la matemática aplicada existe un campo que se llama teoría de juegos y, dentro de esta, un caso llamado el dilema del prisionero: dos o más individuos pueden decidir no cooperar incluso cuando hacerlo fuera en el mejor interés de cada uno. El mejor escenario, desde la perspectiva del grupo, es cooperar y deponer el interés egoísta de cada uno. Dado lo que predica buena parte de la izquierda, ni siquiera debería ser una cuestión de conveniencia. De repente así, sí la ven.

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