“Pecados sí…  corrupción no”
“Pecados sí… corrupción no”

Nadie puede jactarse de ser puro e inmaculado. “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (Juan 8:7). Ahora bien. “Pecados sí, corrupción no” –dijo el Papa Francisco en su visita a Lima el 2018–.

Sí pues, los corruptos van más allá de la fragilidad natural de los seres humanos. Las personas corruptas están ancladas en sus autosuficiencias. No reconocen sus actitudes fraudulentas. Tampoco se arrepienten de ellas. Están hundidos en el fango de la mentira y la maldad. En el fondo son unos cobardes. ¡Su hipocresía no tiene límites!

Los corruptos son personas desintegradas. Se sirven de todos sus poderes para dejar secuelas de miseria en la gran mayoría de la población. Aparecen como personas que cumplen las normas, pero sus corazones están llenos de podredumbre e inmoralidad. Viven una doble vida. Sus conversaciones privadas –sobre todo sus WhatsApp– los pintan de cuerpo entero.

La corrupción es como la adicción a las drogas. El soborno comienza por un pequeño sobre que luego se convierte en adicción. Los corruptos son lo peor de la especie humana. Dan de comer a sus hijos pan sucio. No tienen dignidad.

Casi todas las expresiones anteriores provienen del Cardenal Pedro Barreto (arzobispo de Huancayo), quien puso los puntos sobre las íes en un evento –al cual yo asistí– cuyo tema principal fue la lucha contra la corrupción en nuestro país.

El problema es de extrema gravedad. “Actuemos con decisión y valentía para recuperar la dignidad –como personas y como país– mediante un trabajo honesto y solidario. Unidos en la verdad podemos caminar apostando por la integridad” –dijo el Cardenal Barreto en aquella ocasión–.

Aparte de actuar con integridad –cada uno por su lado– eso significa confrontar a los corruptos con decisión y valentía. Claro que es riesgoso y complicado. Pero no queda otra. Efectivamente, los corruptos suelen ser personajes poderosos y abusivos. Incluso, crueles. Pero –repito– no queda otra. ¿Corrupción o integridad? ¡Esa es la cuestión! Por eso, frente a la corrupción ¡solo cabe la confrontación y la denuncia... con decisión y valentía!

La lista de antivalores que predominan en el Estado peruano –y en la sociedad, en general– es interminable. Vanagloria, chantaje, clientelismo, robo, soborno, mentira, acoso, altanería, cinismo… y paro de contar. ¡Corrupción a tope!

No obstante –a pesar de todo– no debemos desfallecer. Donde abunda el mal, sobreabundará el bien. Y donde abunda la corrupción, sobreabundará la integridad. ¡Amén!

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