Yo pecador confieso ante Dios
Yo pecador confieso ante Dios

El condenado más notable por un colaborador eficaz ha sido Túpac Amaru II. No cayó en batalla, sus ayudas lo entretuvieron en Langui hasta que fue apresado. En su juicio se utilizaron testimonios de sus aliados, que lo echaron para salvar el pellejo. El mismo, torturado, delató a varios de sus lugartenientes. De poco sirvió, igual lo descuartizaron.

220 años después, la colaboración eficaz sirvió en la batalla judicial contra Sendero. Los juicios contra la cúpula se hicieron bien, a tal punto que revisiones dispuestas por la justicia internacional confirmaron sentencias y condenas. No obstante, hacia 1996, mientras pastoreaba por las cárceles, Hubert Lanssiers olió bondad entre los condenados. Acontecía que delaciones mal evaluadas, dichas al paso por quienes querían reducir sus penas, habían condenado a muchos inocentes.

Acompañado de Jorge Santistevan, por entonces defensor del Pueblo, evaluaron más de 3,000 casos y lograron el indulto a más de 700 inocentes. Contra sentido, porque solo se indulta a culpables, pero fue una licencia jurídica para evitar los larguísimos procesos de revisión judicial.

Este capítulo de nuestra historia aún es controvertido. Para unos se reparó la injusticia, pero para otros hubo cobardía para enfrentar a los terroristas. 25 años después, constituye una herida abierta, que no permite perdón ni olvido, ni pasar la página. Está visto que una sentencia no termina el conflicto. Este permanece y se acrecienta si el proceso judicial, las pruebas y, en este caso, la colaboración eficaz es mal administrada. Si se condena inocentes, se siembra resentimiento.

En estos días, la colaboración eficaz vuelve a ser importante en la lucha contra la corrupción. Claro está que el Derecho y la Ética se alegran si se condena a un corrupto. Sin embargo, asistimos a un festival de delaciones, para todos los gustos, ventiladas y contaminadas en medios y redes y que, para morbosidad de los espectadores, alimenta el canibalismo entre antiguos amigos. Un circo en el que las fieras ahora devoran a quienes antes detentaban poder.

Ese escenario distrae. La condena a la corrupción debe estar asociada a la construcción de una cultura política sana, que devuelva decencia, pero también capacidad de autogobernarnos con un mínimo de eficiencia. Podemos hacerlo bien. Pero si lo hacemos mal, quedarán heridas abiertas y tendremos que llamar a otros Lanssiers y Santistevan para curarlas, porque lamentablemente ellos ya no están. Saldrá muy caro y lo pagarán nuestros hijos.

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