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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

La madre llega al centro de vacunación con su niño. Esa mañana no trabajó, pero sabe que es importante y, aunque pierda el ingreso del día, es consciente de que bien vale la pena el sacrificio para evitar enfermedades graves más adelante. Escogió ese día porque alguien podía llevar a los hijos mayores a la escuela.

La 'licenciada' que la atiende le dice que no puede vacunar al niño: la vacuna se pone a partir de los dos meses y el bebé los cumplirá recién pasado mañana. La mujer explica que no podrá regresar en dos días. Que ha gastado pasajes, que no puede perder otro día de trabajo, que tiene otros hijos… Es inútil, la resolución ministerial dice "a partir de los dos meses" y no hay manera de hacer que la asistente cambie de opinión porque "el ministerio les puede quitar la autorización para brindar vacunas del Estado".

Nunca sabremos si ese niño logró vacunarse a tiempo y estoy segura de que el ministro no sabe con qué rigidez se está aplicando la norma. Bueno, al menos hasta hoy.

Llego al semáforo y hay cuatro chiquillos sentados en la vereda. Deben tener entre 6 y 9 años. Empiezan a levantarse a medida que los autos van parando y, sincronizadamente, cada uno aborda a su objetivo: estira la mano y con tono de ruego pide dinero. Ante el gesto del chofer, esperan a recibir algo o se alejan rápidamente hacia otro auto. Siempre, instintivamente, miran las monedas que reciben. Son las 11 p.m.

Dicen que la madre o alguien más suele estar cerca. Dicen que la mujer que se acerca a pedir limosna con un bebé en brazos probablemente lo haya alquilado. Dicen que quienes piden limosna obtienen no pocos ingresos.

¿Y los niños? ¿Nos hemos acostumbrado tanto a su presencia que se han vuelto invisibles o casi parte del paisaje urbano?

Tal vez la indiferencia sea la forma en que nos protegemos para no sentir ¿dolor? ¿culpa? ¿pena?

¿O tal vez es que realmente no nos interesan en absoluto?