(MarioZapata/Perú21)
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Facundo Cabral solía decir que su madre no llevaba agenda, porque lo que tenía que hacer se lo dictaba el corazón; que se aprende con la cabeza, pero se recuerda con el corazón. Así, cantamos “Yo la quería patita”, del ‘Carreta’ Jorge Pérez, para aliviar penas; o “Contigo Perú”, de Arturo ‘Zambo’ Cavero, para poder ser invencibles. Entre desamores y desgracias, cada quien adopta su canción o lo que le dé fuerzas para seguir adelante.

Sucede de igual manera en la economía. La hiperinflación de los años ochenta dolió tanto que se quedó grabada. Sin saber de finanzas públicas, el corazón recuerda que el Estado no puede gastar más de lo que recauda en impuestos, que los precios no deben ser controlados, que los subsidios son el último recurso que se debe utilizar.

No consumimos energías en maldecir la desgracia ni a su autor. El empeño se pone en recordar el remedio de la disciplina fiscal. Somos exitosos en eso.
No sucede lo mismo en la política. La corrupción ya cuesta tanto como cualquier inflación, pero no duele, sino que genera cólera. Llamamos corrupto a quien odiamos, clamamos que lo encarcelen, por despecho más que por un acto de justicia, mientras somos tolerantes con el amigo. No buscamos la solución, sino castigar. El corazón ha sido sustituido por el hígado.

Olvidamos que la corrupción no es de ahora, que está escondida en el egoísmo de cada quien; que la sanción también debiera ser social, porque el rechazo duele más que la cárcel; que se resuelve respetando las reglas, desde las más simples, que no existen excepciones; que aplica en todo tiempo y lugar; que empieza por uno mismo.

Es un alivio que el juego de tronos de estos días haya terminado sin mayor desgracia. Sin embargo, la agenda política es otra: la corrupción está matando la vida en sociedad y se la combate con valores. Hay que grabarlo en el corazón, para recordarlo siempre.

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