(Foto: Lino Chipana / El Comercio)
(Foto: Lino Chipana / El Comercio)

Los partidos “realmente existentes” mantienen una lógica y práctica pensadas únicamente en función de su próxima participación electoral. Asimismo, su búsqueda de aliados y definición de sus adversarios y hasta enemigos se convierte en una disputa en la que todo vale. Mientras tanto, la vida partidaria permanece invernada, y a lo más se sacan algunos pronunciamientos, a exigencia de las bases y solo para mantener la presencia pública.

La población se da cuenta; de ahí su poco prestigio, que llega a comprometer al propio Congreso. El interés por descubrir o “prestarse” de quien consideran un buen candidato o hasta de un caudillo que les sirva de arrastre electoral es considerado como un asunto de vida o muerte.

No se califican a los militantes y dirigentes locales y regionales. Estos saben que su posibilidad de conseguir ser candidatos en sus regiones principalmente depende de la cúpula, fundadora, “histórica” o como se llame. Se deja la pedagogía en la formación de cuadros. La vida partidaria interna está teñida por las pugnas, acusaciones de todo tipo e intereses de grupo, disfrazados de agudas discrepancias y hasta tufillos ideológicos.

Manda la “correlación de fuerzas” internas para conseguir ser elegido. De ahí la necesidad del desprestigio al adversario interno y la proximidad del amigo cercano a la cúpula partidaria. Los candidatos elegidos se olvidan de cumplir con las promesas hechas en su campaña. Los idearios partidarios se quedan en el papel.

Hay que corregir todo esto. En nuestra frágil democracia necesitamos partidos y militantes interesados en la construcción de una verdadera ciudadanía en el país. Para ello, deben ser un ejemplo en construir una verdadera democracia representativa.

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