Una pareja va al cine y, de pronto, pelea
Una pareja va al cine y, de pronto, pelea

Mi mujer y yo nunca peleamos. Nos llevamos realmente bien. Hasta que la otra noche peleamos.

Como todos los fines de semana, habíamos ido al cine, a unas salas modernas, con asientos anchos, reclinables, y carta de comida y bebidas.
Antes habíamos cenado en un restaurante japonés. Mi mujer tomó dos copas de vino tinto. Yo no bebo alcohol, tengo el hígado y el páncreas dañados por la masiva ingestión de pastillas de toda índole a que me he abocado en los últimos quince años.

Nada más sentarnos en el cine, mi mujer pidió dos copas de vino y yo un té.
La película prometía, actuaban Lady Gaga y Bradley Cooper, y la crítica del New York Times era muy elogiosa.

A mitad de la trama, cuando el personaje de Lady Gaga es ya una cantante famosa y recibe un premio, el personaje de Bradley Cooper, que es también un cantante famoso, aunque en declive, porque no puede controlar su adicción al alcohol, sube al escenario para saludar a su novia, pero está tan borracho que tropieza, se cae, se arrastra, se pone de pie, tambalea, zigzaguea y, al lado de la cantante premiada, se orina en los pantalones. Es una escena terrible, dolorosa de mirar, porque Cooper está tan borracho que humilla a Lady Gaga y se abochorna a sí mismo, pues queda como un borracho impresentable, provocando un sentimiento de repudio y estupor entre los espectadores.

En ese momento, cuando yo sufría viendo cómo el personaje de Cooper hacía el ridículo y avergonzaba a su novia, mi mujer me dijo:

-Está igualito que tú cuando fuimos a Disney.
Me dolió que me dijera eso.
Cuando salíamos del estacionamiento, le dije a mi mujer, todavía dolido por su comentario:

-¿Cómo pudiste decirme eso? Yo en Disney no estaba borracho ni me caía.
Habíamos ido a Disney con nuestra hija, hacía cuatro o cinco años.
-Estabas igualito a Bradley Cooper –dijo mi mujer–. Caminabas como borracho. Hablabas como borracho. Todo el mundo te miraba y se reía. Todos creían que estabas borracho.
-¡Pero no estaba borracho! –me defendí, subiendo la voz–. ¡Y no me caí! ¡Nunca me caí en Disney!
Mi mujer se permitió una risa burlona.
-Estabas peor que borracho –dijo–. Habías tomado tantas pastillas que caminabas peor que borracho. Y sí te caíste, amor. Hiciste un papelón en Disney.
-¡No me caí en Disney! –grité–.
-Te caíste en un museo –replicó mi mujer–. Estabas tan drogado que te caíste y tu zapato salió volando y, cuando trataste de levantarte, ¡no podías pararte!

Era verdad. Me había desplomado en un museo de historia natural, frente a un gran oso polar. Uno de mis zapatos había salido despedido. No había podido levantarme. La nana de mi hija me había socorrido.
-Bueno, me caí en el museo –admití–. ¡Pero las llevé a Disney! ¡Manejé todo el camino! ¡No chocamos! ¡Nos hospedamos en el mejor hotel, en la mejor suite! ¡Y no en una suite, en dos suites, que costaban una fortuna!

Mi mujer guardó silencio. Proseguí:
-¡Pero no me agradeces nada de eso! ¡Lo que recuerdas es que parecía borracho y me caí en el museo! ¡Y me humillas, diciéndome que me parecía al personaje de Bradley Cooper! ¡Yo jamás te he humillado así!
Mi mujer respondió sin gritar:
-Claro que me humillaste en Disney. La gente se reía de ti. La nana se reía de ti. Tu hija no entendía por qué caminabas zigzagueando, o por qué te echabas en el primer pastito que encontrabas.
-¡Pero no estaba borracho! –me defendí–.

-Hubiera preferido que estuvieras borracho, amor. Estabas drogado, que era peor. Estabas tan drogado que no sabías dónde estabas. Te echabas en el pasto con las palomas y te quedabas dormido.
-¡Estaba drogado porque soy bipolar! ¡Tenía que tomar mis pastillas!
Mi mujer soltó una risa corta, desdeñosa.
-No, no –me corrigió–. Estabas drogado porque tomabas Rivotril mañana, tarde y noche.

-¡Para dormir! ¡No para emborracharme!
-Amor, no te engañes –dijo mi esposa, con una serenidad que me exasperaba–. Cuando tomábamos desayuno, tú abrías un frasco de Rivotril y, en vez de echarte tres gotitas, te tomabas el frasco entero. Y después guardabas dos frascos más en los bolsillos, y cuando estábamos en Disney, sacabas un frasquito y te lo tomabas todo, seco y volteado. Y no lo hacías para dormir. Ya habías dormido un montón. No tenías que seguir drogándote.
-¡Sí tenía que drogarme! ¡Porque tú sabes que odio Disney! ¡Es el infierno para mí! ¡Yo no quería ir a Disney, te rogué que no fuésemos! ¡Pero tanto me pidieron, que las llevé, las acompañé! ¿Y ahora te quejas? ¿No entiendes que tenía que tragarme un frasco de Rivotril para aguantar la jodida pesadilla que era Disney?

-Hubiera preferido que no fueras, amor. Era horrible ver cómo la gente se reía de ti. Te quedabas dormido en cualquier parquecito de Disney. ¡Era patético!
-¡Pero no me caí! ¡Nunca me caí en Disney!
-Te caíste en el museo, amor.
-¡Y no me meé en los pantalones! ¡Y no te humillé en público!
-Cuando tratabas de hacerme el amor, estabas tan drogado que no se te paraba.

-¡No entiendo cómo puedes ser tan mezquina de hacerme un comentario así, en plena película! ¿Por qué me tienes que recordar que en Disney estaba drogado? Ya pasó, ¿no puedes olvidarlo?
-No pensé que iba a molestarte tanto, amor. Pero vi a Bradley Cooper cayéndose borracho y de verdad pensé que era idéntico a ti en Disney.
-Tomas cuatro copas de vino y te vuelves mezquina. ¡Eres tú la que se emborracha, no yo! ¡Y cuando tomas te vuelves mezquina, me dices cosas feas! ¿Para eso tomas?
Mi mujer se replegó.

-Porque si alguien tiene un problema de alcohol en nuestra familia, ¡no soy yo! –continué–. ¡Y me acusas de que en Disney caminaba borracho!
-¡Drogado, drogado, no borracho!
-¡Ya lo sé, me lo has dicho mil veces! ¿Tenías que recordármelo en plena película, una vez más?

Mi mujer levantó la voz:
-¡No tienes idea de cuánto sufrí esos años, cuando tomabas frascos enteros de Rivotril! ¡No tienes idea de cuánto me dolía encontrarte completamente drogado, sin ropa, en la piscina! ¡Tomabas diez, doce Dormonids cada noche! ¿Querías matarte? ¿Querías matarte, estando casado conmigo? ¡Era terrible sentir que preferías drogarte a estar conmigo!
-¡Me drogaba para sobrevivir! ¡Porque soy bipolar!
-¡No es verdad! ¡Te drogabas porque te daba placer!
-¡Pero era responsable, cumplía con mi trabajo!
-¿Responsable? ¡Estabas todo el día drogado!
-¡Iba todas las noches al programa! ¡No falté una sola vez! ¡Y no choqué nunca!

-El público se dio cuenta de que estabas mal, amor. Hablabas más lento. En el canal estuvieron a punto de despedirte.
-¡No es verdad! ¡El programa siguió saliendo bien! ¡Quizás estaba un poco más lento, pero el programa salía bien! ¡Drogado o no, escribía todas las tardes, todas, y hacía el programa todas las putas noches!
-Pero estabas realmente mal. Y se notaba en lo que escribías y en el programa.

-¿Me vas a decir que escribía mal porque estaba pasado de Rivotril? ¡Al contrario! ¡Escribía mejor!
-No, no te engañes. Escribiste drogado Morirás mañana y mataste a todo el mundo. Escribiste drogado La lluvia del tiempo y no te quedó tan bien.
-¡Es una gran novela! ¡La lluvia del tiempo es una gran novela!

Llegamos a casa. Bajamos en silencio. Estaba destruido. Mi mujer subió a su cuarto y cerró la puerta. Yo entré en mi cuarto, cerré la puerta bruscamente y caminé al baño. Entonces hice algo que no había hecho en años: busqué un frasco de Rivotril, lo abrí con impaciencia y vertí el contenido íntegro en mi lengua, bebiéndomelo todo. La vida era demasiado áspera para estar sobrio todo el tiempo.

TAGS RELACIONADOS