(Foto: Getty)
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Cual premonición, el Oscar en febrero para la película surcoreana “Parásitos” irritó al presidente del “America First”, quien calificó al COVID-19 como el “virus chino”; sin embargo, luego de tres años de gobierno, este virus ha obligado a Donald Trump a desmantelar políticas proteccionistas y, sobre todo, entregar millones de dólares del gobierno central a la salud pública de Estados Unidos.

En principio, la definición de Trump sobre la pandemia, si bien es real por su origen, tuvo el típico tufo de la demagogia nacionalista que caracteriza al desbocado mandatario, y parecía insinuar una teoría conspirativa (como tantas otras que persisten a lo largo de la historia), de que China creó o expandió el virus con el conocimiento de cómo controlarlo para destrozar las economías de sus competidores.

No quedan dudas de que la responsabilidad del régimen chino en la tragedia global es enorme y gravísima, ya que el doctor Li Wenliang advirtió, a fines de diciembre que un nuevo virus parecido al SARS se propagaba en Wuhan. Pero el gobierno de China lo amedrentó y lo obligó a retractarse, dejando que el COVID-19 se expandiera durante tres semanas. En ese periodo más de un millón de personas abandonaron la ciudad sin saber que portaban el virus y lo expandieron por el mundo. Hasta el momento, todo luce como una gran irresponsabilidad de un régimen totalitario que no quería reconocer su “Chernóbil”. La muerte del Dr. Wenliang agrega perversión al régimen.

No nos adelantemos con teorías conspiratorias pero, persiste una pregunta: ¿si China no miente, cómo ha controlado el virus y cómo no se extendió a Pekín, Shanghai y otras ciudades? O la censura funciona o tienen el remedio para la pandemia.