Es altamente probable que luego de elegir al próximo Congreso, la mayoría de peruanos considere que sea mejor cerrarlo. Ojalá alguna encuestadora –a modo de experimento– se anime a incluir una pregunta en este sentido. La representación nacional disuelta el 30S había sido elegida con más de un tercio de votos nulos, viciados y blancos. Es decir, uno de cada tres peruanos no se sentía, desde la partida, comprometido siquiera electoralmente con los excongresistas. Por eso el motto de “elige bien” es hasta cierto punto un sinsentido. Muchos peruanos simplemente no eligen.

El problema no es solo de cultura política. No es que los peruanos seamos intrínsecamente autoritarios. Tampoco se trata exclusivamente de la calidad de la oferta al momento de elegir. Como en toda elección, hay postulantes de todos los niveles de pulcritud ética. Considero que gran parte del problema es normativo y de diseño. Es muy probable que el voto inválido suba al 40% en las elecciones de enero, lo cual ya tergiversa la distribución de escaños. Si se mantiene el orden actual de las preferencias electorales, vamos a terminar sobrerrepresentando a los incógnitos integrantes de Acción Popular (¿diga usted el nombre de un candidato del partido de la lampa?) y a los “odiados” fujimoristas que, en uno de sus peores momentos de su historia política, podrían ser la segunda o tercera fuerza política del próximo Legislativo (¿se imagina usted más de 30 congresistas naranjas juramentando en el verano?).

¿Cómo hacer para evitar tanto voto inválido? ¿Cómo evitamos sobrerrepresentación? ¿Cómo ahuyentamos al fantasma de la disolución congresal? Las respuestas son: con distritos electorales pequeños, con nuevas fórmulas de distribución de escaños y con una revocatoria congresal, respectivamente. Respecto a la primera, jurisdicciones más chicas acercan inevitablemente la representación, desde la campaña hasta la rendición de cuentas. Así, las probabilidades de construir un vínculo político entre parlamentario y ciudadano aumentan. Con relación a la segunda, tenemos que explorar otras fórmulas de distribución de escaños, más acordes con las realidades regionales que con el conglomerado nacional. Y finalmente, hay que establecer mecanismos de democracia directa vinculados a la representación legislativa. La posibilidad de una revocatoria congresal a mitad de gestión parlamentaria elimina cualquier justificación de cierre total.

Estos son los problemas de fondo para mejorar el Congreso. Solucionarlos es independiente de si pasamos por una o dos cámaras como usualmente venden los reformológos astutos y los políticos ignorantes.

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