Viejo es el mar
Viejo es el mar

Creo que ahora sí ha llegado el momento de preguntarse seriamente: ¿ya estaré tío o todavía? Pues, depende. Depende con quién me compare. Veamos: el ‘Tucán’ Bedoya me dobla la edad, pero yo se la doblo al ‘Pato’ Parodi. (Eso último sonó un poquito raro). Del ‘Pato’ todo el mundo dice que es un regio y, la verdad, tampoco hay demasiado mérito en tanta regietud o regiedumbre a los 25 años. Si ya a los 25 eres una chapana mal amarrada, saca tu cuenta, ahorrémonos la molestia de adivinar lo que te deparará el futuro. Del ‘Tucán’, en cambio, corresponde decir que “es regio para su edad”. Nótese la diferencia. Mírese al espejo, madurito lector, y respóndase honestamente: ¿es usted regio, a secas, o solo es regio para su edad? ¿O ninguna de las anteriores? Para serles franco, cada vez es más difícil saber cómo se ve –en verdad– uno en la vida real porque ahora basta con que cualquier monstruo de Ultramán (o de los Power Rangers) se atreva a subir su horroroso selfie –con filtro beauty– al Instagram para que, en cuestión de segundos, aparezcan los mamones y mamonas (que nunca faltan) a comentar: “¡pero qué guapo!”. Ahora que todo el mundo se toma fotos y las publica sin ningún temor de Dios, resulta que la belleza ha sido infectada por la democracia y ahora cualquier huevada es guapa. No, pues, hijitos. Así tampoco. Hay personas que, en las redes sociales, se dirigen a mí como “viejo”, “viejo gordo” o “viejo pelao” y no me ofendo ni un poquito porque estoy seguro de que habrá de tratarse de mocosos imberbes de aquellos que confunden haya con halla, con allá y con ah, ya. Pobrecitos. Dios les conserve la ignorancia. No reservo siquiera migajas de odio para especímenes semejantes aunque tengo claro que, para el odio, tampoco hay edad.

Se es de la edad de la que uno se siente –es lo que siempre te van a decir–. Maravilloso. Lo malo es que nunca son jóvenes quienes te lo dicen. Los jóvenes que tienen terror de que algún día llegarán a cumplir treinta años y que no tienen ningún problema en dedicar los primeros veinticinco de su vida a ver videos de YouTube en sus teléfonos de última generación. Yo me siento de treinta y cinco recién cumplidos, pero eso no hará que me vuelva a crecer el cabello ni que sobreviva a un after party con ríos de Jägermeister. Tampoco me hará prescindir de mis providenciales siestecitas de fin de tarde si quiero tener gasolina para llegar a medianoche despierto. Yo me siento de treinta y cinco, pero a la hora en que me ponen a hacer planchas isométricas, envejezco –sin escalas– hasta los setenta y me recrudecen la lumbalgia, el reuma y el juanete. Yo me siento de treinta y cinco, pero puedo quedarme dormido cualquier día, cualquier hora, en cualquier lugar. Me quedo dormido a mitad de película, a mitad de página, a mitad de conversación. Me quedo dormido a la séptima copa de vino. Me quedo dormido en el avión desde antes de que despegue. Me quedo dormido incluso mientras escribo un artículo sobre lo fabulosamente joven que hoy me siento.

Se es de la edad de la última persona con la que uno se acostó –dicen también–. ¿No sería mejor tener la edad resultante del promedio de todas las edades de todas las personas con las que…? Mmm, no, mejor no. Así estamos bien. Aquí no existen las fórmulas mágicas. La única receta, el único secreto que existe me lo dio doña Circulina, sabia señora de casi noventa años que te lee las hojas de coca en la ramadita de su casa en el valle de Pachacamac. No me mandó a tomar chía ni llantén ni uña de gato. Tampoco a hacer rezos ni baños ni ofrendas ni conjuros. Su único consejo para la vida eterna fue el siguiente:

- Ya no reniegues.
¿A qué se refería, Circulina? ¿Cómo podía saber que soy un renegón nato? ¿Me había visto acaso renegando en televisión?
- Estás demasiado joven para ser tan cascarrabias. (Una vez más, a los ojos de una persona de noventa, yo era un adolescente). Te propongo un ejercicio: agarra un papel y escribe una lista de todas las cosas que te hacen rabiar. Una vez que las identifiques vas a ser, cada vez, menos fosforito, ya no te vas a dejar amargar tan fácil y así vas a vivir hasta llegar a mi edad.

Cumplí con el encargo e hice mi lista. Cosas que me hacen renegar: 1. Manejar en Lima. 2. Ser peatón en Lima. 3. Tomar taxi en Lima. 4. Casi cualquier otra cosa en Lima. 5. El ruido de la construcción en el departamento contiguo. 6. Los camiones de materiales y las mezcladoras de cemento que bloquean la mitad de la mayoría de calles y avenidas. 7. Que me dejen esperando al teléfono y me pongan musiquita. 8. Que se cuelgue la red de la aerolínea justo cuando estaba terminando de pagar mi pasaje al culo del mundo. 9. Ver los programas periodísticos. 10. Leer al ejército de frustrados que ha tomado Twitter por asalto. En fin, la lista ya debe andar por los 250 ítems de modo que será imposible transcribirla completa, pero lo que me ha resultado verdaderamente revelador ha sido comprobar que, a estas alturas del partido, ya no estoy para aguantarle cojudeces a absolutamente nadie. A estas alturas –a los 51– mi lema es Menos bulto, más claridad. ¿Manejar te pone de mal humor? No manejes. ¿Ser un gordo de mierda te pone de mal humor? Adelgaza. ¿Los tuiteros te ponen de mal humor? Bloquéalos. Mi mantra es Mucho ayuda el que no estorba. El método Marie Kondo, pero aplicado a los humanos: ¿no te da alegría?, deshazte de él. Elimínalo. Regálaselo a los Traperos de Emaús. Y listo. Te quedó la vida más aireada y espaciosa. Next. Renegar es a los adultos lo que llorar es a los niños. Si te pasas la vida renegando no eres otra cosa que un llorón. ¿Existe algo más patético que ver llorando a un manganzón? No, no existe. Pero en eso nos hemos convertido, sin darnos mucha cuenta, en un puto ejército de llorones que vive quejándose de todo, que se lamenta de todo y que maldice todo porque nada le gusta ni le ha gustado nunca ni le gustará jamás porque odia todo. Mi propósito de cumpleaños, entonces, mi juramento de eterna juventud es este: no importa cuán arduo ni cuán obseso sea su esfuerzo por hacerme enojar, no lo lograrán. Desengáñense. Cánsense. No sucederá. Renegar es para viejos y yo recién voy a cumplir 51. Y nunca me había ido tan de puta madre como ahora así que no me cambio por nadie, preciosuras.

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