Aquí no pasa nada
Aquí no pasa nada

Hace casi año y medio, el 29 de junio de 2017, Fernando Zavala, a la sazón, primer ministro de PPK, vino a mi programa en vivo y se comprometió en cámaras –apretón de manos de por medio– a viajar conmigo a Cerro de Pasco para conocer, de primera mano, la tragedia de los niños que mueren víctimas de terribles males pulmonares –y también de leucemia– como consecuencia de la intoxicación con el plomo que cotidianamente respiran y beben en el agua contaminada. Zavala no había aceptado la entrevista conmigo porque se muriera de ganas de conocerme, claro que no. La había aceptado porque no le quedaba más remedio. Había llegado a mis manos el audio bomba de su conversación con el ex contralor Edgar Alarcón, el ex ministro de Economía Alfredo Thorne y el hoy presidente Martín Vizcarra hablando sobre la famosa adenda del contrato de Chinchero. Antes de decidir poner aquella grabación al aire, llamé a Zavala para pedirle su versión del asunto y, como él mostró gran interés, nos encontramos al poco rato en la pastelería San Antonio de 28 de Julio. Luego de haberlo escuchado y recordado de qué temas habían hablado en aquella tristemente célebre conversación, Zavala vino al set y yo aproveché algún titubeo en su extenso alegato técnico y político para hablarle del tema con el que me interesaba comprometerlo públicamente: los niños de Cerro de Pasco estaban siendo envenenados por las mineras y a nadie –ni siquiera a su ministra de Salud, cuyo nombre hemos olvidado– parecía importarle un comino. Sabiéndose en televisión nacional, Zavala me dio su palabra de que viajaría conmigo y nuestras cámaras a la zona y me garantizó que se haría cargo personalmente de resolver este terrible problema. Pasaron los días y las semanas, las coordinaciones se dilataban y la promesa no tenía cuándo hacerse realidad. Como ya saben, tres meses más tarde, el Congreso lo censuró junto a todo su gabinete, Zavala regresó con éxito a la actividad privada y, al día de hoy, los niños de plomo a los que íbamos a visitar seguramente ya están muertos. Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando.

He citado este sencillo ejemplo para hablar de una amarga verdad que, quizá por deformación profesional, me resulta bastante más obvia –y ominosa– que a los demás: el periodismo es inútil. En frustrante, pero es así. En un país tan pródigo en miseria, en abuso y en crimen, al periodismo siempre le faltarán manos, el periodismo nunca se dará abasto, el periodismo siempre queda chico. Pienso en algunos de los muchos casos que hemos denunciado en estos dos últimos años y, en este instante, podría perfectamente ponerme a llorar de impotencia sobre el teclado. ¿Se acuerdan de los pobres reclutas del Ejército obligados a ahogarse en el encrespado mar de Marbella? No sabían nadar, nunca habían entrado al mar, los empujaron a la muerte a los 16 años. ¿Hubo investigación, juicio, castigo a los culpables, indemnización a sus familias? ¿Pasó algo? No, no pasó nada. Ahí quedó. ¿Se acuerdan del joven que fue aplastado por un camión mientras hacía su cola para intentar conseguir una chambita de sueldo mínimo en la rampa del centro comercial Real Plaza Salaverry? No pasó nada. ¿Se acuerdan de los trabajadores que murieron asfixiados en los cines UVK de Larcomar? No pasó nada. ¿Se acuerdan de los deudos de los muertos, de los heridos graves de aquel bus de dos pisos que se desbarrancó en el cerro San Cristóbal? No pasó nada. ¿Se acuerdan de los niños huérfanos de las víctimas de los feminicidios, de su rabia y de su justificado odio hacia todo y hacia todos? No pasó nada. ¿Se acuerdan de Tubito y Jovi, los esclavos adolescentes encerrados con candado en un container y quemados vivos en el incendio de Las Malvinas? No pasó nada. ¿Se acuerdan de las niñas explotadas en los puticlubes que abastecen de carne tierna a los mineros ilegales de La Pampa en Madre de Dios? ¿Se acuerdan de los seis chiquillos de Chachapoyas que murieron esta semana porque el bus que los llevaba a un torneo de fulbito cayó a un precipicio? Podría llenar este periódico completo con preguntas. Y la respuesta siempre sería la misma. No pasó nada. No pasó nada. No pasó nada.

Pero un momentito, me dirán algunos entusiastas, al periodista Gorriti lo aplaudieron de pie por sus destapes en el Hay Festival de Arequipa. Me parece magnífico. Es lo que le toca. Es lo que le corresponde en este país en el que tanta falta nos hace tener siempre alguien a quien lapidar y también alguien a quien endiosar. A Lucho Iberico lo ovacionaron igual y lo llevaron en hombros cuando entregó el video Kouri-Montesinos y, entonces, también creímos que la corrupción –y el fujimorismo– se acabarían para siempre. Pero lo cierto es que, en 30 años de periodismo, siento que sigo –que seguimos– denunciando las mismas tragedias una y otra vez y nada cambia. La bulla dura un par de días durante los cuales algún ministerio ofrece acompañamiento legal y psicológico a las víctimas si están vivas o enterrarlas gratis, si están muertas. El tema se vuelve trending topic en Twitter y la gentita editorializa indignada en las redes sociales por algunas horas. Algún político aprovecha el tema para figurar y se toma algunas fotitos con cara de circunstancia en el lugar de los hechos. Los denunciados se asustan y se borran del mapa, pero al poco rato, cuando se dan cuenta de que nunca pasa nada, regresan de lo más panchos y hasta se envalentonan y te mandan su cartita notarial, amenazándote con iniciar una acción penal si no te rectificas. ¿Se acuerdan de los niños explotados que se asfixian tirando lampa en medio del humo de las carboneras de Manantay en Pucallpa? La semana pasada, aprovechando que la vicepresidenta Mercedes Aráoz venía al programa para hablar de sus polémicas reuniones con don Vicente Silva Checa, le pregunté qué acciones tomaría su gobierno ante este drama. “Es una de las peores formas de explotación infantil” –me dijo–. “Es esclavitud. Tenemos que proteger los derechos de estos niños, se están envenenando. Gracias por presentar este informe porque así las autoridades del Ejecutivo y también las del Ministerio Público pueden entrar a trabajar el tema…”. Y así sucesivamente. Etcétera, etcétera, etcétera.

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