“Como yo recuerdo perfectamente el 5 de abril de 1991, siempre pensé que era una cosa gravísima y súper autoritaria que un presidente constitucional cerrara el Congreso de la República, pero ahora que veo cómo la gente le pide a gritos al presidente que cierre este maldito Congreso atestado de rabiosos fujimoristas, estoy entendiendo que cerrarlo, en realidad, también puede ser una cosa buenísima y súper democrática, todo depende de quién sea el presidente al que le toque salir en la tele a hacer el anuncio a la nación y quiénes, los congresistas defenestrados que serán indignamente barridos por los chorros de agua de los rochabuses cuando intenten salir a las calles a protestar. Cerrar el Congreso, entonces, no es bueno ni malo, solamente es algo relativo”.

La democracia es algo relativo. Pandemonio, 11 de diciembre de 2016

¿Y ahora?, ¿qué va a pasar? –me preguntan, a cada rato, por la calle, como si uno fuera el oráculo o supiera alguna cosa que tú no. Y mi respuesta suele ser alguna diplomática, pendeja evasiva, del tipo “I don’t speak Spanish”. Del tipo “qué sé yo, no estoy en periodismo ahora, no leo los diarios, desconozco” porque, además, es la verdad. Vives mucho más en paz cuando no te enteras. No hay superficie más acolchada que la ignorancia. O, mejor dicho, la negación. La negación de creer siempre que todo está muy bien. No hay nada más cómodo que hacer de cuenta que aquí no pasa nada. Pero pasa. Y vaya que están pasando cosas en este valle de lágrimas al que nunca pedí que me trajeran. Este fin de semana, durante una conversación con estudiantes en una universidad de Trujillo, un jovencito muy serio, muy cejijunto, muy sentencioso él, me sacó al fresco de un solo sopapo:

- ¿Está usted a favor o en contra del cierre del Congreso?

Lo más práctico hubiera sido hacerme el cojinova como los políticos cuando les preguntas si son de derecha o de izquierda y te responden que son de centro democrático. Pero no le quité la nalga a la jeringa y respondí. Le dije que estoy en contra. Y estoy en contra por una muy simple razón que me parece elemental: porque Vizcarra ha ganado esta partida haciendo trampa. Si aceptas las reglas del juego y te parecen buenas cuando te sirven para ser presidente –aunque sea de cazuela, por default, de taquito o carambola–, no puedes luego, de buenas a primeras, decidir que esas mismas reglas ya no te gustan y, como ahora ya no te gustan, ya no valen porque vas perdiendo la partida. Entonces pateas el tablero y haces volar por los aires todas las piezas del ajedrez o Monopolio o damas chinas porque sabes perfectamente que esa viril exhibición de bacán del barrio va a ser ovacionada por la tribuna y te va a hacer recontra popular en toda la cuadra. Excelente. Veo a la mayoría de mis coleguitas ardiendo de la emoción y celebrando con serpentina y pica-pica que le arrojen conos de tránsito en la cabeza a Tubino. Mmm. Algo me dice que, más temprano que tarde, muchos de los que hoy aplauden y brincan y guaripolean se van a arrepentir amargamente de haberlo apostado todo –y cuando digo “todo”, quiero decir “todo”– a un solo número de la ruleta. Ojalá me equivoque. Nada más. De lo que la Constitución Política del Perú permite o impide nada diré, porque yo de lo que no sé, no digo nada.

Dos meses antes de las elecciones que terminarían sentándolo en el sillón presidencial, el 14 de abril de 2016, Martín Vizcarra, a la sazón jefe de campaña, candidato a la primera vicepresidencia y seguro de vida de PPK, vino a los estudios de Plan B, un programa político semiclandestino que el entonces editor periodístico de Latina, Álvarez Rodrich, había aceptado que me dieran (en un horario horrendo en Panamericana) para intentar producir una cierta ilusión óptica de pluralidad en una campaña en la que, como todo el mundo sabe, los grandes medios estuvieron alineadísimos con el hoy arrestado Kuczynski. Nadie se acuerda de ese programa, pero igual sería chévere volverlo a hacer en un momento como este porque no hay nada más adrenalínico que nadar contra la corriente y desafinar cuando todos están ladrando tan parejito. En fin, la cosa es que he vuelto a ver esa entrevista en YouTube y me han llamado la atención algunas cuantas cositas, como, por ejemplo, que le pregunté si serían un gobierno de izquierda o de derecha y me respondió, claro, que eran de centro: “Fomentamos la inversión respetando el medio ambiente y los derechos humanos”. Ajá. Pero ahora, a la luz de los últimos sucesos, cabe preguntarse mirando el futuro: ¿es Vizcarra de derecha o de izquierda?, ¿qué tipo de país estará planeando, en realidad, construir? La respuesta podría encontrarse en este fragmento de nuestro diálogo de hace tres años. Como dicen las escrituras, el que tenga oídos, que oiga:

Beto Ortiz: Cuando PPK dijo que Verónika Mendoza era una “media roja que no había trabajado nunca en su perra vida”, no se puso a pensar que con la izquierda también tendrían que sentarse a conversar…

Martín Vizcarra: Con la izquierda habrá que conversar. Cuando me he sentado en una mesa para debatir con su vicepresidente Marco Arana, veíamos que el objetivo social es coincidente. Nosotros queremos mejorar la educación pública. Nosotros también. Yo le decía. Nosotros queremos disminuir la pobreza. Nosotros también. Es decir, los objetivos son iguales.

Ortiz: Pero ellos quieren cambiar la Constitución, ¿ustedes?

Vizcarra: En algunos aspectos, de ser necesario, también modificar algunos artículos específicos.

A confesión de parte, relevo de pruebas.