¡Cuánto se parece todo esto al año 2000! ¿Se acuerdan? El Chino era el malo y el Cholo era el bueno. Porque así hace falta dibujar a los personajes en los cuentos infantiles para que los niñitos inocentes los entiendan. O, mejor dicho: para que se asusten un poco y entiendan. El Lobo Feroz y la Caperucita. Los malos tienen colmillos y los buenos, aureola. La Bruja Mala y Blancanieves. Villanos y superhéroes, sin matices. El Ogro y Pulgarcito. Más o menos de la misma forma en que hace falta dibujar a los políticos en los medios de comunicación para que los peruanitos inocentes se asusten un poco y entiendan. Es la única manera de asegurarnos de que guardes un mínimo de decencia –y me hagas barra–, de que te pongas siempre del lado correcto de la historia: el mío. Y en el 2000, lo único que cabía era oponerse. Les propongo un remember: Setiembre del 2000, primer vladivideo. Los que salían en ellos representaban al inframundo. Los otros, lógico, eran los buenos. Los límites parecían así de claros. Elianne Karp era poco menos que el Hada Campanita. Popy Olivera, el Prince Charming de Shrek, Anel Townsend era Elsa de Frozen. Y Don Mario y Alvarito: Mufasa y Simba, respectivamente. All things Vargas Llosa eran buenas. ¿Cómo no ibas a ponerte del lado del Cholo? Pero, por supuesto. Todos nos la creímos.

Todos éramos indios tercos y rebeldes y con causa. Qué bonito. Si hasta yo me la creí y le llevé el amén al hoy ilustre inquilino de la Maguire Correctional Facility, su novísima cárcel californiana. Hacerse parte de La Resistencia era lo que entonces se llevaba. Y va a caer. Y va a caer. Pintarse las manos de blanco, lavar las banderas, marchar en mancha hasta la casa de Martha Chávez y tapiarle todas las puertas con un cerro de bolsas de basura (con su foto) que llegaran hasta el techo. Vaya primavera democrática, cuánta esperanza, cuánta libertad. La dictadura cayó, por fin y el Chino se mandó mudar bien lejos, negándose a ser testigo de su propia debacle. Ahora había que ponerse a buscar urgente un presidente de repuesto, una figura de consenso, alguien que a nadie diera miedo, alguien que a todos cayera bien. And the winner was Valentín Paniagua, un caballero antiguo e intachable (mi profe de Constitucional en primer ciclo de Derecho en la de Lima), quien terminó convirtiéndose en presidente transitorio, sin saber muy bien cómo ni por qué, obligado por las graves circunstancias que atravesaba la patria. ¿Suena conocido? Era el menos votado de los congresistas de Acción Popular, el menos probable, el de más bajo perfil, el menos polémico, el inimaginable. Queríamos tanto a Paniagua que hasta tenía su propio muñeco de espuma apapachable: Chaparrón. Más o menos como hoy sucede con el fenómeno Everybody loves Vizcarra. O sucedía, hasta hace poquito, hasta que los coleguitas fueron despertando paulatinamente del coma diabético, poquito a poco, hasta que a la gente se le fue pasando el efecto de la anestesia general.

Y aunque hoy distinguir a los buenos de los malos se haya vuelto una tarea tan difícil, todavía cantamos, todavía pedimos, todavía soñamos. Todavía confiamos en que la alegría ya viene y en que el pueblo no se rinde, caramba, cuando leemos, por ejemplo, al periodista peruano radicado en Madrid Marquito Sifuentes sobrerreaccionar al anuncio de la liberación de Keiko, tuiteando lo siguiente: “Hola, Chile, Ecuador, Bolivia y Colombia. ¿Adivinen quién se une a la fiesta?”. La fiesta, dijo, refiriéndose, claro, a la revuelta social. Una fiesta que solo en Chile ha costado la vida a 23 personas, pero que Marquito, desde algún bar de tapas de Lavapiés, nos invita alegremente a replicar en el Perú y no duda en arengar a las incontenibles masas proletarias del Twitter a incendiar las calles y demoler, demoler, demoler. Pero ninguno de los 100 mil followers del influencer más influencer de las redes sociales le hizo ni puto caso, Keiko se fue a su jato a preparar makis y nigiris, el premier Villanueva se fue en cana con su frazada de tigres y la vida siguió igual, no pasó nada, empanada. El gas lacrimógeno que tanto anhelabas no fue disparado. Se respira un clima de perfecta paz, maldita sea. Distinguir a los buenos de los malos, decía, qué complicado. Ya uno no sabe quién es quién. ¿En qué momento se volvió malo PPK, que, en CADE 2016, fue aclamado a gritos como si fuera un rockstar y hoy ninguno de esos miles de acérrimos y enternados fans se acuerda de su existencia? (Joder con la solidez de la lealtad empresarial).

¿Se volvió buena la presidenta de Confiep, María Isabel León, cuando le pidió públicamente en CADE a Dionisio Romero –en nombre de tres millones 650 mil razones– que diera un paso al costado? ¿Ante quién o ante quiénes habrá que arrodillarse de esa manera para que le perdonen la vida a uno? ¿Y por las puras porque igualito nomás te van a ajusticiar? ¿No será que es más fácil decapitarte cuando ya estás arrodillado? ¿Ignoraba acaso doña María Isabel la advertencia de Winston Churchill?, ¿que el que se arrodilla por miedo a la guerra obtiene la humillación y también la guerra? ¿Y Dionisio? ¿En qué momento se volvió ? ¿Ya no podremos publicarle avisos a doble página?, ¿ya no podremos ir a sus cocteles tan elegantes? Bitch, please. ¿Lo habría coordinado todo la fiscal de la Nación con el presidente Vizcarra a tal punto que este decidió adelantar su discurso en CADE para evitarse el papelón de salir a escena en el preciso instante en que le volteaban todos los cajones de la casa a su anfitrión? ¿Seguirá siendo igual de incuestionable, de canonizable, de papable, el fiscal José Domingo Pérez a quien este diario llamó ayer FIGURETI en primera plana después de que allanó las oficinas de Confiep? No entiendo nada. No entiendo cómo, hasta hace unos meses, Meche Araoz era la mala y César Villanueva, el bueno, y ahora resulta que la cosa es al revés. Que alguien me asesore en ese sentido. No entiendo que los medios de prensa festejen el allanamiento de la Confiep solo porque castiga a esos cochinos empresarios que donaron millones a los cochinos políticos para que con ellos pudieran comprarle carísima publicidad electoral a los medios de prensa peruanos que festejan el allanamiento de la Confiep. No sé si me explico. ¿Y ahora que el Congreso no es bueno ni malo porque no existe?, ¿se habrá convertido el Poder Judicial en el nuevo villano de la película porque –según Vizcarra– lo entrampa todo y es el único poder que –con su autonomía– impide que en el Perú avancen las obras? (¿Las quééé?) No sé si ustedes lo recuerden, pero hace cosa de año y medio nomás, PPK era el malo y Martín Vizcarra era el bueno, ¿no es cierto? Mañana por la mañana, ¿cómo será? Me siento muy confundido. Muy confundido.