Morbo (
Morbo (

Esta columna fue escrita por Aldo Miyashiro, columnista invitado.

Tiene miedo, algo lo conozco.

Esa sensación de vértigo lo ha acompañado siempre, lo excita, es sangre para tiburones. Hace años que está acostumbrado a colocarse en el lugar donde las luces se prenden. Ha fantaseado enfermizamente con esta noche, no ha dormido ayer, quizá ha vomitado en la madrugada, se ha quedado mirando al espejo pensando en todos los seres a los que les llega al pincho, ha sonreído alucinando el éxito, esa palabra vulgar que es la peor venganza contra los que te odian.

Listo para el escándalo. Para perturbar a la platea, a los que se van a reír con culpa, a los que no le van a contar a nadie que compraron su entrada, a los feligreses de su inmoral iglesia. Calato, se va a parar, se le va a parar, mientras se corta la piel para contarnos –con cínico humor, con maldita ternura, con la furia del despecho– qué es lo que significa haber vivido su vida. Lo hará con la brutal soberbia de haber sobrevivido a sí mismo.

Le disparará inmisericorde al gordo del salón que fue para luego recogerlo del suelo, decirle algo dulce al oído, respirar hondo, seguir. Llegarán al escenario sus amantes de barrio, sus maestros del daño, sus demonios equilibristas. Lo mirará a usted, directo a los ojos, y contestará esa terrible pregunta que siempre quiso hacerle.

Pensará en ese momento en su mamá, a la que no podía ver mientras ella se olvidaba de todo, incluso de él. Se calmará para reconciliarse con el severo padre al que nunca le hubiera podido decir que era homosexual. Sentirá entonces que el peligro pasó.

Lo que no sabe es que no va a poder controlar el dolor. No sospecha en lo que se ha metido cuando llamó a Gabriel de la Cruz. Se va a quebrar. Va a temblar. Entonces, ese tipo antipático conocido como Beto Ortiz, el reportero achorado de dominical, el brillante cronista de la autodestrucción, el talentoso escritor que no quiere escribir, la ególatra diva del exceso, el voluntario profesor de literatura canera, el periodista más cabro e incómodo de la aldea va a caer de rodillas, abrir los brazos, explotar en un grito feroz lleno de tristeza. Va a quedar tirado en medio de su sangre, absolutamente destrozado e inofensivo mientras usted decide si aplaude.

Eso es Morbo.

Eso es lo que va a ver. Tiene todo el derecho a escapar. Ahora.

O quedarse para que Beto le reviente el alma, mientras, línea a línea, él se va haciendo mierda.

Eso es Morbo.

Esta columna fue escrita por Aldo Miyashiro, columnista invitado.

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