La vida instrucciones de uso 2
La vida instrucciones de uso 2

Evita todo lo que sea para siempre. Me lo repito, a cada rato, como un mantra porque me parece un requisito indispensable de la libertad: nada de matrimonios, nada de contratos a larguísimo plazo. A la cadena perpetua dile no. Tampoco te compres nada a crédito porque si ya casarse con una persona es bastante absurdo, casarse con un banco es aún peor. A la larga, te quitará todo lo que tienes (igualito que tu esposa cuando te divorcies, con el agravante adicional de que con el banco ni siquiera te acostaste). No te endeudes comprando algo que tendrás que pagar en diez años porque nada te garantiza que vayas a durar cinco con chamba. Ni con vida. No te afilies a nada, no te enroles en partidos, sindicatos, cultos, logias, ni clubes. No te consagres a un único santo ni te dejes reclutar por ningún ejército. Ni siquiera por el de salvación. Y, si lo puedes evitar, evita tatuarte. Aunque, pensándolo bien, tú tampoco eres para siempre, así que anda, tatúate nomás. Quizás, de acá a unos siglos, cuando desentierren tu fardo funerario, seas la momia más famosa de tu primitiva cultura, como le pasa ahora a la Dama de Cao, llenecita de tatuajes, cool, achoradaza.

Toma menos precauciones. No te obsesiones tanto con tu salud. Está bien que seas único e irreemplazable, pero tampoco exageres. He visto a la gente más atlética, más vegana y más deslactosada de esta ciudad morirse en un choque brutal o de un cáncer fulminante. Moraleja: muere fitness y serás un cadáver hermoso. Está muy bien cuidarse, medirse con el trago, los puchos, el panetón y el pan con chancho, pero tampoco tanto. Que ninguna abstinencia boicotee tu alegría de vivir. No quiero imaginar la pena infinita de salir el viernes con tus patas al bar a beber manzanilla con Splenda mientras se sienten Humphrey Bogart succionando un cigarro electrónico. El horror. Conozco gente que se pasa media vida haciéndose chequeos, despistajes, análisis, papanicolaus o tactos rectales. Supongo que deben estar muy empeñados en vivir más tiempo para así poder hacerse muchos más papanicolaus o más tactos rectales. Tampoco te sicosees tanto con el futuro, ni con la seguridad ni mucho menos con la plata. Te dirán: prívate ahora para que mañana, más tarde… Sí, claro. Conozco unos cuentos sobre el sacrificio. Hay que sacrificarse ahora para gozar después. ¿Ah, sí? A otro can con ese Ricocán. Mejor gozamos ahora y después ardemos eternamente en el infierno. ¿Total? Cuando hay, hay y cuando no hay, no hay –decía mi viejo y yo le creo.

Usa dos billeteras. No guardes toda tu plata, todas tus tarjetas y todos tus documentos en una misma billetera. Divide en dos el contenido. ¿Parece un consejo idiota? Debería serlo. Pero no sé por qué todos prefieren dejarle la chamba bien organizadita al señor ratero, para que no se vaya a olvidar de robarte nada, ¿no es cierto? Y luego van y lo pierden todo junto y se quedan ahí, con la mirada perdida, preguntándose cómo pudieron ser tan imbéciles para guardarlo todo en una misma billetera.

Cuida a los extraños. En caso de que estés interesado en lograrlo alguna vez, existe una frasecita perfecta para romperme infaliblemente las pelotas: “¡Es que tú no tienes hijos!”. Claro, la lógica del reproductor consiste en pensar que la única bondad posible en el universo es la que muestran los padres para con los nenes a los que trajeron al mundo, sobre todo, para que los cuiden cuando estén viejecitos. ¿Es en serio? ¿Pasarles alimentos a tus hijos todos los meses te parece el gran mérito? Es tu deber nomás, caballero. Nadie te da una medalla por votar en elecciones. No hay nada extraordinario en cumplir con tu deber. Ser consentidor con tu familia equivale a serlo contigo mismo. Así, ¿qué gracia? Así cualquiera es buena gente. Soy bien bueno con mis hijos porque les compro el último iPhone y el último Play Station. Aunque tal vez no los necesiten, ni los merezcan, ni los aprecien. Aunque tal vez solo te sirva para criar a unos engreídos de mierda que irán por la vida alucinándose el hueco del picarón. Yo creo que la verdadera generosidad no solo reside en aprender a dar lo que tú necesitas, sino en dárselo al que más lo necesita. Al que está realmente solo en el mundo, realmente en la puta mierda, realmente cagado. Y te apuesto que ese no es tu amigo. No, pues. Claro que no, a ese ni lo conoces ni lo quieres conocer. A ese ni siquiera lo viste pasar por tu costado, ¿verdad? Pues mira de nuevo. Te garantizo que por ahí anda. Este país todavía está repleto de desesperación. Cuida del otro, no importa quién sea, salva a un extraño. Prodígate. No te midas. Derrocha a la hora de dar a quien no tiene nada. Recoge al caído, que eso de “haz el bien sin mirar a quién” es karma automático, te alegra el bobo y te alarga la vida, créeme, funciona como la puta madre. Regala y regálate con roche. Lo material va y viene, así que déjalo ir. No acapares, cerdo angurriento, déjalo fluir. Te garantizo que, como dicen los gringos, te vas a sentir como un millón de dólares.

Haz reír a la gente. Todos los payasos van al cielo. Lo suyo es el verdadero apostolado. No existe bendición más grande que una carcajada. ¿Por qué la gente venera a Chaplin, a Cantinflas, a Chespirito? ¿Por qué tienen funerales multitudinarios? ¿Por qué son los verdaderos santos de la era moderna? Porque nos dieron el mejor regalo de la vida: nos hicieron reír hasta en los días más oscuros. Y es imposible no amar a aquel que nos endulza el día amargo robándonos una risotada. Me pasa que, a veces, me arriesgo a decir –en la tele– la primera pichulada que se me cruza por la cabeza. Entonces, con un poco de suerte, mientras la digo, voy viendo cómo –en cámara lenta– los camarógrafos de estudio se cagan de la risa. Y, al escucharlos, me imagino gente riéndose en sus casas. Me gusta pensar que me ligó darle una efímera alegría a una partecita de un país todavía repleto de tristeza.

TAGS RELACIONADOS