(FOTO: ALESSANDRO CURRARINO/EL COMERCIO)
(FOTO: ALESSANDRO CURRARINO/EL COMERCIO)

El ambiente está cargado, se siente la tensión en el aire. Estamos con la mecha corta, con la mala respuesta, hostilidad o agresión a flor de piel. Esta vulnerabilidad colectiva nos ha llevado, según el periodista Derek Thompson, a una , la cual es demostrable anecdóticamente y en la data.

La vemos en la cachetada de Will Smith, que ; en un partido de fútbol en México que degeneró en una ; en protestas alrededor de todo el mundo, que rápidamente escalan a . La vemos en nuestras casas, reuniones y centros de trabajo donde una pequeña discusión se torna innecesariamente acalorada y filuda.

La vemos también en la estadística. En Estados Unidos (que son expertos en registrar data histórica), se reporta un número de incidentes récord con clientes en , , y . También se ha registrado un . En Perú (y varios lugares del mundo) es evidente .

Esta ola de insolencia y susceptibilidad tiene su origen en la pandemia. Por un lado, el COVID-19 incrementó los disparadores de estrés y malestar en todos los hogares. Pero somos animales sociales y, al privarnos de eventos, reuniones, conciertos y fiestas por tanto tiempo, este enorme aumento de presión se quedó sin válvulas de escape.

El virus retrocede y está pasando a un segundo plano, pero aún nos encontramos, inconscientemente, desfogando poco a poco el daño social causado. En el proceso, nos seguimos desquitando con personas que poco tienen que ver con la raíz del problema. Así que hago un llamado masivo a la calma, empatía y, si tus condiciones lo permiten, a la terapia. Pues, ahora nos toca enfrentarnos a una .

Lea mañana a: Javier Alonso de Belaunde