Sexto sentido. (Photo Courtesy Touchstone Pictures REUTERS)
Sexto sentido. (Photo Courtesy Touchstone Pictures REUTERS)

Cuando era chico, le tenía pavor a ver películas de terror. Aún recuerdo cuando vi El sexto sentido y cómo fingí que tenía que ir al baño solo para salir de la sala de cine. Creo que dormí con mis papás por varios días porque el miedo que me llegaba en las noches era insoportable. Pero tenía 11 años. Seguro no fui el único chico de esa edad a quien la película de M. Night Shyamalan le causó unas malas noches.

Nueve años después la volví a ver. Esta vez solo y en mi casa, pero logré la hazaña. Le perdí el miedo a la cinta que más terror me había dado y, además, empezó a encantarme el género de horror. Hoy disfruto viendo lo que antes me causaba sufrimiento. Es casi placentero. Sufro con la anticipación del suspenso, luego me sobresalto con lo inesperado y finalmente me río de mi propio susto. Mucha gente a mi alrededor se ríe conmigo (o de mí) porque mis sustos suelen ser bastante sonoros.

Este cambio radical en mis gustos cinematográficos me llevó a pensar en el porqué de la fascinación por el género. ¿Por qué la gente disfruta viendo algo que le causa miedo? Más aún si ya sabemos a lo que nos estamos enfrentando, ¿por qué repetimos la hazaña de ver algo que nos va a causar pavor?

Lo que sucede con este género es que, si bien reconocemos el miedo como algo real, sabemos que estamos seguros, es un espacio controlado. Lo mismo sucede con las montañas rusas. Gritamos, lloramos y reímos porque el miedo es real, pero en un espacio y en un tiempo delimitado porque nos sentimos seguros con el porvenir.

Ahora, algo curioso ha sucedido. Durante la pandemia hemos estado ante un peligro real, no controlado. Pero muchos (y no me excluyo) hemos minimizado la amenaza. Hemos actuado como si se tratara de un riesgo que no nos puede afectar. ¿Será que la costumbre de situaciones de peligro controlado nos ha otorgado una equivocada sensación de seguridad? ¿O tal vez creemos que, al igual que los protagonistas en estas historias, estamos a salvo por el bien de la narrativa?

El miedo puede llevar al pánico. Esa no es la forma de vivir. Pero ni por un segundo reduzcamos la amenaza a algo insignificante o controlado. El peligro es real, el miedo es opcional. Reconoce la situación por su verdadera magnitud. No dejes que el terror se apodere de tu vida, pero no caigas en la falsa sensación de invulnerabilidad.