En el siglo III a.C., los grandes matemáticos y pensadores helénicos lograron asegurar que la Tierra era redonda, y que no era plana, como hasta entonces se había creído. Unos 2,300 años después, con pruebas científicas irrefutables y una sed por teorías conspirativas, los creyentes en la Tierra plana se han convertido en un movimiento cultural que crece en número cada día. Esto queda plasmado en el documental de Netflix Behind The Curve.

Este film de 2018 se centra principalmente en el precursor de la Tierra plana y personalidad de YouTube, Mark Sargent, quien, fiel a su nombre, actúa como un sargento de este creciente ejército de creyentes y ha logrado evangelizar a cientos de miles en todo el mundo.

Son muchas las teorías que circulan en los medios y hay una explicación de por qué son atractivas y se vuelven populares: nos causa confort cuando estamos ante algo que no podemos entender, ya sea por negación o por falta de recursos, y también nos da pertenencia. Es innato de nosotros querer ser parte de algo mayor y creer en teorías nos incluye dentro de una comunidad que piensa como nosotros. Este documental muestra cómo personas que se consideraban desadaptadas de pronto se sienten reconocidas al pertenecer a este grupo de flat earthers.

Algo que parece inofensivo es en realidad un gran problema, pues las teorías conspirativas generan caos y desinformación. Actualmente contamos con una docena de teorías sobre el COVID-19 que se expanden a igual velocidad que el virus mismo. Pero, ¿qué podemos hacer para detenerlas?

Un astrofísico en el documental explica por qué están perdiendo la batalla contra la Tierra plana: la manera en la que se aborda el tema, de parte de la comunidad científica, es incorrecta. Ponerse en una posición de autoridad y rechazar lo que otros creen solo genera más distanciamiento y odio porque a nadie le gusta que insulten su intelecto. Esto conduce a que las discrepancias pasen del plano ideológico al plano social y que se rechacen todas las ideas que provienen del grupo con la posición de autoridad.

Este ejemplo dice mucho sobre nuestra intolerancia a la hora de debatir y discutir sobre nuestros ideales. Entramos a una conversación con la sola idea de demostrar que el otro está equivocado, en vez de tratar de probar nuestras propias ideas. Tenemos la mala costumbre de tratar al resto como si fueran creyentes de la Tierra plana.