En el exterior de la sede de San Juan de Lurigancho se muestra como si tuviera siete pisos pero los últimos tres no están culminados. (Foto: Flickr/Sunedu)
En el exterior de la sede de San Juan de Lurigancho se muestra como si tuviera siete pisos pero los últimos tres no están culminados. (Foto: Flickr/Sunedu)

La fotografía de una sede de una universidad privada sin licenciamiento de Sunedu es una excelente metáfora de nuestro país. Las primeras plantas del edificio, sólidamente construidas, cuentan hasta con cancha de fútbol sintética. La segunda mitad del edificio de siete pisos es fachada de utilería. La sede impresiona por afuera, pero es pura estafa.

A imagen y semejanza se erige nuestro Perú. Las primeras plantas de la obra han sido el resultado de las medidas de ajuste estructural aplicadas en los noventa por el Gobierno de Fujimori. Al ingeniero no le interesó erigir una institucionalidad política complementaria y, por el contrario, el autoritarismo de su régimen impidió continuar edificando. Así fue aun después de la caída del fujimorismo, que vino con la promesa de Alejandro Toledo de “construir el segundo piso”. De 2001 en adelante solo se ha laborado en la fachada nacional: desde el “Perú avanza” de García, pasando por el sueño de la OCDE de Humala, hasta la tecnocracia de lujo de Kuczynski. La obra resultante es una carcasa de país, en piloto automático desde principios de siglo.

La triste develación del frontis patrio, luego de escándalos de corrupción que el modelo no supo evitar, ha generado dos reacciones. Por un lado, la izquierda propone detonar la edificación desde sus cimientos y construir una nueva. El pedido de adelanto de elecciones y una Asamblea Constituyente expresan, además, la intención de desmontar el “modelo neoliberal”. Es parte de su inherente pulso rebelde: son buenísimos explosionando; inútiles en la generación. Por otro lado, Vizcarra propone reformas judiciales y políticas que, según entiende, constituyen los niveles que hacen falta edificar. Pero a semejanza de la universidad, al vacío, solo frontispicio para quienes se quieren dejar engañar. Meras partes del patrio cascarón, que ni siquiera se imbrican con los cimientos económicos que sostienen la ineficiencia de su propio Gobierno. Son tan sólidos esos cimientos, que podemos darnos el lujo de tantos temblores políticos y continuar creciendo a un ritmo de tres a cuatro puntos de PBI anuales.

Pero es el fujimorismo el más descolocado en la actualidad. En esencia, quiere continuar usufructuando de la legitimidad del shock de hace treinta años (“yo construí esos cimientos”), aunque sin propuestas para continuar con los siguientes niveles. La agenda reformista también ha develado la ausencia de propuestas naranjas. En conclusión, un “país fachada” está condenado a chapotear en el subdesarrollo, por más que tal portada impresione a despistados y atraiga a oportunistas.

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