El plan impulsado por el Gobierno busca cerrar las brechas prioritarias de infraestructura existentes. (Foto: GEC)
El plan impulsado por el Gobierno busca cerrar las brechas prioritarias de infraestructura existentes. (Foto: GEC)

Desde que Alberto Fujimori ganara las elecciones de 1990, atropellando la poderosa campaña encabezada por Mario Vargas Llosa, la figura del outsider se ha convertido en parte elemental del léxico político cotidiano: es una figura que aparece a último momento y que, entre gallos y media noche, consolida una posición de poder frente a la ciudadanía a partir de saber leer con idoneidad el sentir popular en un momento usualmente caótico. Eso ha sido hasta ahora.

Hoy tenemos a un outsider inesperado y diferido: Martín Vizcarra se ha convertido en un líder carismático, en el más estricto sentido de la palabra, que ha sabido traducir y encarnar los reclamos y sentimientos de una ciudadanía hastiada por la corrupción, la podredumbre moral y el poco pudor de quienes han hecho gala de los vicios anteriores. Así, Vizcarra ha sabido convertirse en uno de los presidentes más populares de la región, sin que nadie lo vea venir.

Veamos: en la edición de ayer de este diario publicamos una encuesta realizada por Datum en la que se muestra que la ciudadanía desaprueba con drasticidad la gestión que encabeza el Poder Ejecutivo; Vizcarra, sin embargo, no parece verse afectado por esa guillotina de juicio popular. Por otro lado, las reformas constitucionales que el presidente planteó han sido aprobadas en su integridad en el momento en el que él así lo solicitó, pero no solo eso.

Cuando la cuarta reforma, la referida a la bicameralidad, fue modificada en su contenido material, el presidente invocó al pueblo a rechazar ese último extremo de la reforma. Datum confirma en las páginas de este diario que Vizcarra no solo ha tenido la capacidad de endosar apoyo a las reformas que inicialmente planteó, sino que ha tenido la fuerza de lograr que la ciudadanía retroceda en una de ellas: la última reforma es la única que no es aprobada por el pueblo.

Ahora bien: la pregunta que cabe hacerse en búsqueda de perspectiva y mesura es ¿qué va a hacer el presidente Vizcarra después del 9 de diciembre? Recordemos que el poder que no se usa, se pierde. Y recordemos que si Vizcarra permite que la ciudadanía perciba sus reformas como un gesto semántico sin real contenido de fondo y traducción a la realidad, el apoyo que con rauda celeridad consiguió podría esfumarse. Tocará ver sus reflejos.

Por el bien de todos, esperemos que el presidente sepa conducir a nuestro país al bicentenario con calma a través de una tormenta que ya es inminentemente diluviana.

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