Ouch Jerusalén. (EFE)
Ouch Jerusalén. (EFE)

“Si me olvidare de ti, oh Jerusalén/Pierda mi diestra su destreza. /Mi lengua se pegue a mi paladar/Si de ti no me acordare…”, expresa el Libro de los Salmos, capítulo 137:5-6, y así como esta referencia del Antiguo Testamento, hay más de 600 que mencionan a Jerusalén, ya que fue capital de la monarquía hebrea de David, Salomón y sus herederos del Reino de Judea, y desde el siglo VI a. C. hasta la destrucción del Segundo Templo en el 70 d. C. fue entidad independiente o provincia autónoma del pueblo judío.

A la mayoría de los judíos e israelíes nos basta que la recién nacida Israel declarara en 1949 a Jerusalén como capital de Israel estableciendo allí las instituciones estatales; tenemos un consenso de que Jerusalén es, por derechos históricos y religiosos, la capital, y que luego de la Guerra de los Seis Días (1967), cuando Israel conquistó a Jordania, la parte oriental de la ciudad, se habilitó el control y seguridad de las zonas de la mezquita de Al-Aqsa y del Santo Sepulcro a palestinos. Cristianos y musulmanes creen que sus argumentos históricos y religiosos por Jerusalén son iguales o más genuinos que los del pueblo judío.

Los Acuerdos de Oslo firmados entre israelíes y palestinos en 1993 y 1995 estipulan que el estatus final de Jerusalén será negociado por ambas partes y por eso considero “la movida” de Trump perjudicial para este objetivo ya que su país es garante y ahora los palestinos no pueden ver a su gobierno como un mediador neutral, además de echar combustible al fuego de grupos y regímenes terroristas. Pienso que la razón principal de Trump para esta decisión ha sido la de distraer la atención del caso de espionaje ruso que en recientes días compromete más a su entorno cercano.
Jerusalén no es asunto para hacer populismo.

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