El paniaguazo. (Getty)
El paniaguazo. (Getty)

Un día como ayer, hace 18 años, Valentín Paniagua asumió la Presidencia. Me acuerdo bien de su discurso inaugural en el que dijo: “Nace hoy un nuevo tiempo. Se cierra una etapa y se abre otra en la historia del Perú. Un sentimiento de la fe anima a los espíritus de la Nación y una ilusión, acaso excesiva, sacude a todos los peruanos”. Así, Paniagua inició el desmantelamiento del aparato de corrupción construido por el fujimontesinismo derrocado y, sobre todo, un esfuerzo por sanear la vida institucional del país. Pero esta terminó siendo una etapa fugaz. Concluido el gobierno de transición, nadie continuó sus principios ni su proyecto. Por el contrario, los que posteriormente cargaron la banda presidencial apuntaron hacia el lado opuesto, sucumbiendo al discurso del “perro del hortelano”, asegurando el desmantelamiento institucional y contribuyendo a una crisis manchada por la corrupción de la que terminaron siendo actores centrales.

Una de las principales virtudes de Paniagua fue su capacidad para armar una coalición que lo acompañara en sus meses de gobierno y respaldara su narrativa de país. En tiempos como los actuales, en los que un puñado de políticos y sus amigos acusan disparatadamente que vivimos en una dictadura, ese espíritu paniagüista que logró sentar en la misma mesa desde institucionalistas de la centro-izquierda hasta la centro-derecha se vuelve nuevamente necesario.

Las reglas de juego democráticas están en riesgo no por un golpe desde el gobierno central, sino por el que están intentando dar –por sobrevivencia– quienes se han visto acorralados por la consecuencia de sus propios actos. Una alianza de ese tipo exige ser respondida con una alianza mayor que encuentre inspiración en el paniagüismo estratégico, institucional y democrático.

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