Autenticidad. (Getty)
Autenticidad. (Getty)

Cambiar, innovar, transformar. Son términos que uno encuentra por doquier. Figuran en todas las visiones y misiones corporativas, así como en los objetivos de terapias y métodos de autoayuda. Al mismo tiempo, una de las exigencias de la sociedad actual es que seamos auténticos. ¿Se pueden conciliar ambas invocaciones, ser uno mismo y ser diferente?

¿Alejarnos de o acercarnos a nosotros mismos? Por ejemplo, una persona tímida puede querer serlo menos y buscar dominar técnicas que se lo permitan; o quizá sea mejor que reconozca las ventajas de ese rasgo y sepa usarlo para crecer y aportar. En ese sentido, más que cambiar, lo que deberían buscar maestros y terapeutas es que las personas se apropien, aprecien y usen lo más sanamente posible sus características —tanto positivas como negativas— a lo largo de su ciclo vital.

En otras palabras, acercarse a uno mismo en lugar de “convertirse” en algo distinto, objetivo condenado al fracaso, según todas las evidencias científicas, además de consolidar el poco feliz mensaje de que todos estamos fallados hasta no encontrar la receta o el mago que nos ilumine y haga de nosotros lo que no somos.

No somos esencias inmutables, de ninguna manera, pero tampoco material maleable de cualquier forma. La idea es poder movernos hacia cuotas cada vez mayores de autenticidad, conocimiento de nuestros límites y ventajas, además de una valorización objetiva de nuestro lugar en el mundo. 

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