"Entonces, por fin, las miradas de Cerrón y de Castillo se encontraron". (Foto: GEC)
"Entonces, por fin, las miradas de Cerrón y de Castillo se encontraron". (Foto: GEC)

Uno de los eventos culturales más importantes de este mes ha sido la presentación de la esperada novela Otro golpe inesperado, del periodista y escritor Armando Guerra. En esta su última publicación, Guerra, basándose en la historia de la agresión que un famoso novelista perpetró contra un colega suyo, recrea, utilizando las herramientas de la ficción, otro altercado de la vida real, más contemporáneo, más terrenal, pero menos conocido, menos glamoroso y, sin duda alguna, de mucho menos nivel intelectual.

MIRA: Pequeñas f(r)icciones: Es fin de mes… ¡Voy a mochar!

Aquí un extracto del primer borrador:

Las manecillas del reloj que colgaba en la pared central daban las 4:40 p.m. Faltaban todavía diez minutos para el estreno del documental “Todo lo que usted siempre quiso saber sobre la izquierda, pero nunca se atrevió a preguntar”. Como no podía ser de otra manera, entre los numerosos invitados no solo se encontraban los más insignes representantes de la izquierda nacional, sino, además, varios estudiosos, entre politólogos e historiadores, e interesados en el tema. A ello, se le había sumado una numerosa presencia de periodistas, militantes y curiosos. A esas horas, el cine Metro, lugar elegido para la primera función, lucía abarrotado. El éxito del evento parecía garantizado.

En un ambiente separado, vestido de terno oscuro y rodeado de un grupo de simpatizantes, el líder y fundador de Perú Libre parecía nervioso. Uno de los miembros de la organización se acercó a pedirle, por favor, que ingrese a la sala de cine y que tomara asiento: “La función está por comenzar”. En ese preciso momento, un barullo nació en las afueras del local. El rumor avanzó, cruzó el umbral, llegó hasta el hall y continuó hasta arribar a los oídos de Cerrón. Casi instintivamente, como si sus labios se hubieran independizado, el líder de Perú Libre repitió el nombre del recién llegado, del hombre que, en otros tiempos, hubiera sido el invitado central, pero cuya presencia, ahora, parecía tan inesperada como improbable. Sin embargo, en efecto: era él.

Había llegado en un auto que se detuvo justo al frente de la puerta del cine, debajo de las marquesinas. Entonces, decenas de curiosos apuntaron sus miradas, curiosas de ver de quién se trataba. De repente, las puertas se abrieron y emergió, casi literalmente, el hombre menos pensado: el expresidente Pedro Castillo. Tras de él, descendieron también los guardias que lo escoltaban y que parecían ser miembros de su seguridad. La realidad, en cambio, era distinta. Tras un engorroso trámite, y unas largas horas de convencimiento, el Poder Judicial le había dado un permiso extraordinario para acudir al evento. Y, por tanto, los policías que tan junto caminaban con él, lejos de protegerlo, cumplían una sola misión: evitar que se fugue y hacerlo regresar al final de la película. Sin embargo, el único que conocía el verdadero objetivo de su salida era el propio Castillo.

Cuando la prensa vio a Castillo, se lanzó como estampida para obtener las mejores imágenes, alguna declaración. Castillo se detuvo frente a la nube de medios de comunicación, alzó la barbilla, miró fijo a las cámaras y, por un instante, pareció que iba a lanzar algunas palabras. Sin embargo, recordando las limitaciones judiciales de su salida, optó por el silencio y pasó por los periodistas sin siquiera abrir la boca.

Una vez dentro del cine, uno de los organizadores lo saludó, con mucho respeto y con enredadas reverencias. Es más, aunque ya faltaban muy pocos minutos para el inicio de la función, lo invitaron a que pase un momento a la sala especial, donde un puñado de invitados muy especiales estaban esperando. “Pase y deguste los bocaditos. Están deliciosos”. Una vez dentro, tuvo que responder el saludo de casi todos los presentes en ese lugar. Lo hizo con paciencia y buen humor, como en la época de la campaña presidencial. Entonces, por fin, las miradas de Cerrón y de Castillo se encontraron.

Cerrón sonrió con amplitud e inició su caminar hacia el expresidente. Tenía los brazos abiertos y alcanzó a decirle, a exclamarle, en un tono fraternal: “¡Pedro! ¡Pedrito!”. Castillo, que también ya había iniciado su andar para darle el encuentro, se abalanzó hacia él y, apenas estuvo a la distancia adecuada, le descargó con el puño cerrado, sin escalas y con inusitada fuerza, el golpe más duro que alguna vez dio, el puñetazo que tanto había añorado y preparado en la oscuridad de las noches de encierro.

—¡Eso fue por lo que le hiciste a la izquierda! —gritó Castillo.

Todo fue tan rápido, tan inesperado, que increíblemente, en tiempos de Internet y redes sociales, no quedó registró de lo ocurrido. Las contadas personas que vieron la agresión no podían comprender lo que acababan de presenciar. ¿Qué habría tenido que hacer Cerrón para que Castillo, antes tan cercano a él, sintiera que solo un golpe podría saldar las cuentas pendientes? ¿A qué se refería Castillo con aquello de que Cerrón le hizo algo a la izquierda? ¿Acaso porque el hermano de Cerrón comparte Mesa Directiva con la derecha? O, en el terreno de las sospechas todo es posible, ¿será que ‘la izquierda’ tenga algún significado cifrado que solo ellos entienden? O, finalmente, ¿fue un simple acto de venganza por haberlo dejado caer en desgracia?

En el suelo, noqueado y sin conocimiento, Cerrón fue auxiliado por los simpatizantes que lo acompañaban. Uno de ellos, arrodillado, tratando de reanimar al líder de Perú Libre, le increpó a Castillo:

—¿Qué le ha hecho al doctor?

—Es por lo que le ha hecho a la izquierda —respondió Castillo, todavía con la respiración acelerada.

—¿Y, según usted, qué le ha hecho el doctor a la izquierda?

Pero Castillo no respondió. Aliviado, pero con una extraña sensación de incomodidad, el expresidente salió del ambiente privado y enrumbó a la salida del cine, siempre escoltado por los responsables de que regrese al Fundo Barbadillo.

Cuando Cerrón recuperó el sentido, no podía creer lo que había ocurrido. Menos que Castillo fuera capaz, física y mentalmente, de tumbarlo. Negaba tanto los hechos que solo terminó aceptando lo ocurrido por el dolor intenso en el ojo y el color morado este que pronto tomaría. Ya más tranquilo, decidió que no le daría importancia al hecho. Vería la película que fue a ver y punto. Entonces, uno de los primeros que lo había socorrido, le preguntó.

-¿Doctor, usted qué le ha hecho a Castillo?

Cerrón lo miró, achinando el ojo golpeado.

—No sé —dijo— pero sí sé lo que le voy a hacer.

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El texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!

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