(Foto: César Campos/GEC)
(Foto: César Campos/GEC)

Los autoritarismos no se hacen solos, necesitan de secuaces incondicionales y corruptos capaces de defender a toda costa la farsa de ropaje democrático de su futuro autócrata.

Los autoritarismos necesitan de periodistas, autoridades y empresarios, bienintencionados o no, que se presten a la apariencia de legalidad de los actos del autoritario en potencia.

Los autoritarismos necesitan de sus crédulos y de sus incrédulos. Los primeros viven esperanzados en que el gobernante de talante autoritario pueda cambiar y corregirse pese a que siempre reincide en comportamientos antidemocráticos. Y los incrédulos subestiman las amenazas al sistema de libertades, incluso ironizan diciendo que “ese no es el autoritarismo que prometieron” sin tomar conciencia de que son las contenciones institucionales las que momentáneamente no dejan al autoritario instalarse.

Los autoritarismos también necesitan operar bajo la cultura del secreto y la falta de transparencia. Por eso son agresivos y burlones con periodistas incómodos, obstaculizan la labor de la prensa, esconden su agenda y mienten con explicaciones cantinflescas cuando los descubren.

Y observando esta farsa del cuarto gabinete recordé algo que una vez contó el humorista venezolano Laureano Márquez, y si reemplazo “Venezuela” por “país”, la anécdota tenía un dicho más o menos así: “Un país no se ha perdido ni se perderá porque el pueblo se ría de su presidente. Un país podrá perderse cuando un presidente se ría de su pueblo”.

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Basta mirar el cuarto gabinete para darse cuenta de que el presidente se ríe del pueblo, y que cuando el actual premier Aníbal Torres le dijo “muchachito tonto” a un periodista, en realidad se lo dijo a los ciudadanos que cuestionan. Se trata de un premier autoritario construido sobre la farsa de ser el más sensato cuadro del gobierno, pero es el más decidido a aniquilar cualquier gesto de cordialidad cívica en nuestra frágil democracia.

Por eso, no dejemos que el gobierno agravie a sus ciudadanos y los tome por cuarta vez como “muchachitos tontos”. Ya sabemos que los autoritarismos no se hacen solos, pero no olvidemos que necesitan sobre todo de ciudadanos que callen y no hagan nada. Que no respondan a las alertas tempranas de que nuestro sistema democrático está en peligro. Quizás esa sea la gran tragedia de caer en las garras del autoritarismo: que la gente recién se da cuenta cuando ya es demasiado tarde, cuando todo está consumado y es casi imposible salir de él.

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