Así luce la embajada de Uruguay en Perú esta mañana tras el pedido de asilo solicitado por Alan García. (Anthony Niño de Guzmán)
Así luce la embajada de Uruguay en Perú esta mañana tras el pedido de asilo solicitado por Alan García. (Anthony Niño de Guzmán)

En el asilo se juega algo más que la suerte de Alan. Cualquiera que fuese la decisión habrá bravata, aquí y allá. Si se concede, protestará la gente que lo quiere ver preso, aunque sea preventivamente, aunque sea 36 meses adentro y humillado, lo quieren así por corrupto. Si se rechaza, se defraudará a la gente que clama protección, porque el fiscal y el juez encanan abusivamente, porque filtran datos reservados del proceso a la prensa, porque allanan las oficinas de los abogados, porque eso es dictadura judicial.

Como vienen las cosas, el dilema es más profundo. En el asilo sí, Perú quedaría mal parado, porque ante el mundo seríamos un país sin derechos, sin garantías ni justicia. En el asilo no, Uruguay quedaría mal parado, porque habría quebrado su tradición cívica de proteger al perseguido político. Sin embargo, en la base de todo este lío están los abusos del fiscal y del juez. Sin tales excesos, el asilo sería grotesco. Pero como se les pasó la mano, el asilo es verosímil.

El fiscal y el juez han proporcionado la coartada jurídica que Alan requería. Ellos, que se afanan por ser líderes de la lucha contra la corrupción, paradójicamente son los que la perjudican más, porque la justicia está antes que todo, porque castigo sin justicia es tan criminal como la corrupción que combaten. Por eso la decisión sobre el asilo debe ser solo un juicio contra abusos judiciales, no contra toda la vida política del Perú. En eso ayuda que lo que decida Uruguay sea en conciencia, sin razones ni fundamentos.

Si reivindicamos justicia y democracia, respetemos lo que Uruguay decida. Sea un sí o un no. Importa más volver a nuestros asuntos urgentes. Luchar juntos contra la corrupción, descontaminándola de los abusos judiciales, por ejemplo.

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