Jaime Saavedra divide las opiniones de la bancada oficialista. (USI)
Jaime Saavedra divide las opiniones de la bancada oficialista. (USI)

Para nadie es un secreto que una de las más vergonzosas capitulaciones de la gestión de Pedro Pablo Kuczynski ante la mayoría en el Congreso –dirigida con puño de hierro por Keiko Fujimori– fue la salida, vía una absurda y prepotente interpelación, de quien es el ministro de Educación de mayor importancia que el país ha tenido en lo que va del siglo, el economista Jaime Saavedra Chanduví.

De ahí en adelante, al menos mientras PPK duró en el cargo, todo fue para atrás. Una regresión en el sector a la que el renunciante mandatario se avino, suponemos, con la confusa idea de aquietar las aguas con los extremos retardatarios y conservadores de la sociedad peruana, alentados, cómo no, por la mayoría parlamentaria, en manos del Apra y Fuerza Popular.

Debemos recordar, ahora que oficialmente comienza el año escolar en los colegios públicos, que, si se le reconocían méritos cívicos al candidato a la vicepresidencia Martín Vizcarra, eran todos vinculados a los éxitos de Moquegua en la educación y los logros de sus estudiantes, mientras él estuvo a cargo de la presidencia regional.

Ya como jefe de Estado, Vizcarra, al igual que en su momento proclamaron sus predecesores en el sillón del analfabeto Francisco Pizarro, insistió en que la educación era una de sus prioridades. Y al menos puede decirse a su favor que dejó trabajar al ministro Daniel Alfaro Paredes, sin ceder a la grita del oscurantismo religioso. Pero el de la modernización del llamado Currículum Nacional es solo uno de los temas espinosos.

El paso de Saavedra Chanduví dejó claros avances en materia de gestión administrativa, así como en infraestructura, pero en este casillero, los procesos de tercerización y las alianzas con la empresa privada, que antes se desarrollaron con significativo éxito, se han debilitado. Esto es medular, pues estamos hablando no solo de techos o ladrillo, sino de vías transitables, servicios higiénicos, transporte, material de trabajo y también –no lo olvidemos– conectividad y acceso a la tecnología.

En tareas de semejante magnitud, el Estado no puede pretender hacerlo todo solo; es necesario, es urgente, volver a abrir la cancha.

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