(Difusión)
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CADE me recuerda a los retiros de la época escolar: luego de un par de días, salíamos con un halo de santidad, dispuestos a no pecar (básicamente no mentir; excepcionalmente no robar ni odiar al prójimo que nos acaba de hacer una trastada, y a veces un confuso “no fornicar a mi hermana” de un niño de siete años que, para alivio del cura, explicó que “la había acusado de algo que ella no había hecho”).

No sé si CADE sea tan intenso, pero mientras escuchamos las conferencias, sentimos la obligación de actuar con justicia, buscar el bienestar del país, generar empleo y pagar impuestos. Dos días después, el lunes, volvemos a la realidad: presionamos a los proveedores para pagar menos, las asesorías las atamos a comisiones de éxito y pagamos a los proveedores pyme a no menos de 90 días.

¿El problema? Responsabilidad Social, como se solía llamar, era solo un área, algo paria y muy incómoda de la organización. Ahora decide “ponerse los pantalones largos, convertirse en Sostenibilidad, y colarse en todas las áreas: desde ventas hasta legal; desde recursos humanos hasta finanzas”.

Ya no hay forma de llegar al largo plazo sin una estrategia de sostenibilidad: los recursos naturales son de todos y deben ser protegidos, desde el agua y la calidad del aire. No es aceptable aumentar ventas mediante el consumo de alcohol de menores; ni lograr autorizaciones a cambio de unos billetes; ni alardear de ser Great Place to Work cuando se despide a ejecutivos sin explicaciones y con maltrato. Sostenibilidad no es dar panetón y chocolate caliente a 27 grados.

Sostenibilidad es poder mantener el valor del negocio en el largo plazo... Porque las cosas se hicieron bien.

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