El primer ministro británico, Boris Johnson.
El primer ministro británico, Boris Johnson.

El Partido Conservador lo tenía en su punto de mira. y sus extravagancias habían colmado, tiempo ya, el vaso de la paciencia. Pero seguía aferrado al cargo. “El mejor del mundo”, en sus propias palabras.

Entonces empezaron en sucesión impresionante las dimisiones de ministros tan relevantes, como el de Salud y Hacienda, y de numeroso altos cargos.

Boris Johnson, vencido y rendido ante la fuerza de su partido, convocó a la prensa a las puertas de su residencia oficial, en Downing Street, para anunciar lo que tenía que haber anunciado mucho antes: su dimisión.

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Johnson y Donald Trump guardan sospechosos y nada recomendables paralelismos. Su populismo ultraconservador recibió el entusiasmo de sus votantes. Johnson, de hecho, logró una de las victorias más apabullantes para su partido, arrebatando el voto de los liberales en jurisdicciones que tradicionalmente eran terreno vedado para los Tories.

Trump, por su lado, despertó los sentimientos ultranacionalistas del electorado norteamericano. Pero ninguno supo poner coto al desvarío popular. Al contrario, abusó de él y lo llevó al paroxismo. Un ejemplo, el asalto al Capitolio.

La “ambición rubia”, Johnson, empezó a destacar por su política falta de escrúpulos y poco ceñida a la legalidad. ¡¡En el Reino Unido, nada menos!! Ello y sus escándalos hicieron mella en el Partido Conservador y en la ciudadanía en general.

Pues bien, le llegó su San Martín. Y se vio obligado a dimitir, aunque con poca elegancia. Llamando “ovejas” a sus compañeros de Cámara, nombrando nuevos ministros (él, que acababa de dimitir) y, lo que para muchos resulta alarmante, prometiendo irse… de aquí a octubre. O sea que se va. Pero aún no se ha ido. Habrá que remediar esta sinrazón.

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