Se han dado instrucciones para que los aires acondicionados en plena canícula no se pongan por debajo de 27 grados, señala la columnista. (Foto por CRISTINA QUICLER / AFP)
Se han dado instrucciones para que los aires acondicionados en plena canícula no se pongan por debajo de 27 grados, señala la columnista. (Foto por CRISTINA QUICLER / AFP)

Hasta ahora creíamos que la vida nos la había cambiado la pandemia. La guerra rusa también está contribuyendo. España soporta uno de los veranos más calientes de los que se tiene registro.

En este panorama de calor, con el fondo de la guerra arañando nuestros oídos, y con los efectos del cambio climático ya presentes, el gobierno español acaba de dictar un decreto ley de título confuso: de medidas de sostenibilidad económica en el ámbito del transporte, en materia de becas y ayudas al estudio, así como de medidas de ahorro, eficiencia energética y de reducción de la dependencia energética del gas natural. Demasiados conceptos para ser abarcados en un mismo decreto. Es obvio que la parte relativa a las “medidas de ahorro, eficiencia energética y reducción de la dependencia” es la que ha despertado críticas y voces airadas.

¿Esa trilogía de rimbombantes aspiraciones será suficiente para salvar la escasez de gas que sufriremos? ¿El “chantaje ruso” nos obligará a cambiar nuestra forma de vida?

Se han dado instrucciones para que los aires acondicionados en plena canícula no se pongan por debajo de 27 grados. Más sensato habría sido directamente prohibirlos, y más que hablar de quitar corbatas, hablar de batir abanicos.

Ha ordenado el gobierno que las luces se apaguen a las 10 de la noche. O sea, ciudades oscuras para una ciudadanía que en verano es raro que duerma pronto. Y nos ha advertido que en invierno la calefacción no podrá ser superior a los 19 grados. Mejor sería prohibir su uso, y fomentar el poncho y los mitones.

Si hay que cambiar de vida, de usos y costumbres, que se diga pronto, porque aún estamos a tiempo de salvarnos del naufragio que nos acecha.