Los reyes Felipe y Letizia, junto a la princesa Leonor y la infanta Sofía, posan para los medios tras la imposición del Collar de la Orden de Carlos III a la princesa de Asturias, en un acto celebrado en el salón de Carlos III del Palacio Real, tras la jura de la Constitución de la Princesa de Asturias por su mayoría de edad ante las Cortes Generales, en una solemne sesión conjunta de las dos cámaras legislativas que se ha celebrado este martes en el hemiciclo de la Cámara Baja. EFE/JuanJo Martín POOL
Los reyes Felipe y Letizia, junto a la princesa Leonor y la infanta Sofía, posan para los medios tras la imposición del Collar de la Orden de Carlos III a la princesa de Asturias, en un acto celebrado en el salón de Carlos III del Palacio Real, tras la jura de la Constitución de la Princesa de Asturias por su mayoría de edad ante las Cortes Generales, en una solemne sesión conjunta de las dos cámaras legislativas que se ha celebrado este martes en el hemiciclo de la Cámara Baja. EFE/JuanJo Martín POOL

La monarquía es una institución secular basada en el respeto a la tradición y ritos. Es un protocolo concebido para que, al revés que en El Gatopardo, nada cambie. Para que llegado el grito de “El rey ha muerto, viva el rey”, no haya sino una pompa fúnebre secularmente pensada. Y una continuidad tan absoluta, como pacífica.

España ha presenciado la jura de la Constitución por la hija del rey con un protocolo calcado al que vivió su padre años ha. Todo igual. “Que nada cambie”, debe ser el deseo del rey, padre, al fin y al cabo. Pero muchas cosas han cambiado en esta España del siglo XXI.

De una representación parlamentaria dominada por hombres hemos pasado a la paridad. Es una buena noticia.

Ya no es un hombre, como solía ser, sino una mujer quien ha recibido el juramento a la princesa. Hasta aquí todo casi igual.

Pero casi. Frente a la altura jurídica del entonces receptor del juramento del heredero y presidente del Congreso, Gregorio Peces-Barba, la actual presidenta ha optado por las citas poéticas en lenguas no castellanas, para insistir en la idea fija de que España es plural y compuesta de varias naciones cuya pluralidad, dice, hay que respetar. Guiño desvergonzado al independentismo solo un día después de que el número 3 del partido socialista se reuniera con el prófugo Puigdemont y horas antes de pactar con él la amnistía.

Esa es la España que forja el mando de Pedro Sánchez. El mismo que será presidente con el voto de los ausentes a la dicha jura y que borrará de un plumazo con la ley de amnistía el espíritu de la Constitución, que aquellos aborrecen y que la princesa, ya como heredera de la Corona, juró respetar al tiempo que, como no podía ser menos, habló de una sola nación.