Un soldado ruso patrulla en el teatro dramático de Mariupol. (Foto de Alexander NEMENOV / AFP)
Un soldado ruso patrulla en el teatro dramático de Mariupol. (Foto de Alexander NEMENOV / AFP)

Se acaba de producir un importantísimo encuentro Macron-Biden en territorio de este último. Es de sobra conocida la posición del presidente de Francia, favorable a que se abra con Rusia, o con más concretamente, un diálogo que permita poner punto final a la invasión ucraniana.

Según avanza el invierno, con descensos de temperatura muy por debajo de los 0 grados, la población civil se halla en circunstancias menos que humanas. Los ucranianos se ven obligados a salir al bosque en busca de madera con la que calentarse. Los rusos siguen con su programa bélico: lanzan bombas sobre edificios civiles, y cortan la energía eléctrica. No son actos heroicos de los que puedan vanagloriarse. Todo lo contrario.

Esta es la crónica diaria de la guerra. La cara si se quiere más amable, si es que en una guerra es posible hallar caras amables. La otra, la terrible, la inhumana, es el hallazgo de cadáveres que revelan que la población civil es carne de torturas, violaciones, vejaciones, para finalmente terminar en cadáver anónimo, arrojado en zanjas, paradójicamente identificadas con cruces, quizás en un último intento de la soldadesca rusa en aparentar humanidad.

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Se suma la situación económica mundial, totalmente condicionada por la guerra, la crisis energética y el cierto caos que reina en el resto del mundo. ¿Tan difícil es hablar? Parafraseando a Rubén Darío, ¿tantos millones de personas nos quedaremos impávidos ante el horror?

Algo hay que hacer. Es evidente que dialogar es trascendental, que implica ceder. Macron lo tiene claro. Biden empieza a verlo. Ha dicho estar dispuesto a hablar si Putin da señales de poner fin al conflicto.

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